miércoles, 28 de septiembre de 2016






























    ¿Qué necesita un artista para sobrevivir como artista?  ¿Talento? (no necesariamente, si desde que se inventó el “arte conceptual” cualquier cosa es cualquier cosa); ¿inspiración? (sospecho que no tanto, que al plagio ahora se lo llama “recreación”, “homenaje”, “cover” y se evade fácil el copyright y las acciones legales); ¿originalidad, autenticidad, compromiso? (para qué, si ya está asumido que nada nuevo hay bajo el sol y que lo único que cuenta es la oportunidad y el buen marketing).  No, no y no.  Lo que se necesita es una coraza de amianto para repeler las “buenas intenciones”, los “sabios consejos”, todas las afirmaciones que  “por nuestro bien” nos proveen los que dejamos que se nos acerquen emocionalmente.  El enemigo del artista es sus afectos.  Las personas en las que confiamos, en las que creemos y suponemos de nuestro lado, son nuestros arteros talón de Aquiles.

     Y su justificación es infalible y correcta: el arte es una pérdida de tiempo, no pueden apoyarnos en este “capricho” inútil y antieconómico.  Tienen que hacernos abrir los ojos, hacernos comprender que podemos generar dinero real, tener una vida digna y bien vista si abandonamos este berretín ridículo e infantil y nos dedicamos a otra cosa.  Otra cosa que nos va a dar ganancias (a nosotros y a ellos, obviamente) y que es más propia para nuestra edad y condición.  Que ya está.  Que ya “jugamos” a esto del arte y que es hora de aceptar que no hemos ido en ninguna dirección (productiva).






     El dios que sea nos libre de esas personas tan bien intencionadas, tan dueñas de toda verdad, tan dispuestas a dirigirnos la vida con su infalible e incuestionable sapiencia.  Tan capaces de desbaratar toda la lealtad que le hemos dispensado durante años para apuñalarnos por la espalda y en ocasión de nuestra mayor vulnerabilidad.

    El artista necesita la obcecación asnal, la insensibilidad de un cactus y la promesa de venganza en el acto de continuar siendo quienes siempre hemos sido pese a todos sus (¿“bienintencionados”?) intentos. 

No digas tu verdad ni al más amado,
no demuestres temor ni al más temido,
no creas que jamás te hayan querido
por más besos de amor que te hayan dado. 


Almafuerte,  ¡Molto piu avanti ancora! (fragmento)









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