miércoles, 21 de septiembre de 2016


    El saber popular lo consagra: todos somos víctimas de nuestros propios demonios y creamos nuestros propios infiernos

     Mi demonio es el Satanás de la Basura y la eterna dispersión mi infierno personal.  ¿No se supone que estás trabajando en otra cosa?  Sí, estoy, pero… ¿cómo resistirse a una caja de frutillas?  Literalmente, una caja de frutillas.  Y esas cajitas rectangulares tan vistosas de las cápsulas de café gourmet y esos recipientes de plástico donde me venden la ensalada caesar en la estación de servicio.  Suena extraño –muy extraño- pero es así.






     Y le agrego una máscara de plástico sobre el cajerío y arremeto con la cartapesta.  ¿Para qué?  Para no tirar la caja de frutillas, obviamente.  Es que cuando la miro veo toda la composición final que posibilita mi exuberante imaginación (se diagnostica como episodios alucinatorios y se puede medicar, lo tengo claro, pero mi fobia a los médicos me autoriza a tildarlo de inspiración creativa).









    Y los contenedores de ensalada piden cuernos imponentes y me desparramo. El conjunto exige expandirse en todas direcciones, multitud de planos divergentes que broten de mi caja de frutillas y se lancen a las infinitas  posibilidades del papel, y el cartón, y las cintas y, seguramente, los cascabeles.  ¿Y dónde vas a meter semejante armatoste?  Ni idea.  Pero no puedo evitarlo.  Mi infierno está atiborrado de enormes cachivaches coloridos que no sirven para nada.








No hay comentarios:

Publicar un comentario