¿Se puede
ser tan hijo de puta? Evidentemente
sí.
Calmada la angustia y sosegada la
indignación, la curiosidad antropológica puede detenerse a analizar cómo ha
sido capaz de sorprendernos. Un grado
más en la escala de hijoputez. Creí que
no podía superarse pero me equivoqué. La miserabilidad del alma humana no tiene
límites. Pero todo tiene un ángulo
positivo: ante los hechos consumados (somos esclavos de las palabras que hemos
dicho) confirmo que la única virtud es
la lealtad. Y quién ha agotado las formas de demostrar que
no incluye entre sus dotes la capacidad de ser leal –a nada- no merece de nuestra parte ni siquiera compartir el mismo
oxígeno que respiramos. Hasta acá
llegamos.
No entiendo qué te pasó. Te mando cariños.
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