lunes, 26 de septiembre de 2016




     ¿Se puede ser tan hijo de puta?  Evidentemente sí. 
     Calmada la angustia y sosegada la indignación, la curiosidad antropológica puede detenerse a analizar cómo ha sido capaz de sorprendernos.  Un grado más en la escala de hijoputez.  Creí que no podía superarse pero me equivoqué. La miserabilidad del alma humana no tiene límites.  Pero todo tiene un ángulo positivo: ante los hechos consumados (somos esclavos de las palabras que hemos dicho)  confirmo que la única virtud es la lealtad.  Y  quién ha agotado las formas de demostrar que no incluye entre sus dotes la capacidad de ser leal –a nada- no merece de nuestra parte ni siquiera compartir el mismo oxígeno que respiramos.  Hasta acá llegamos. 
 
 

















 

1 comentario: