¿Cómo te explico? Aunque, en rigor de verdad, la pregunta
debería ser: ¿para qué te explico?
Asumo –al
menos racionalmente- que nuestra identidad está configurada en gran parte por
la opinión de los demás. Que nos acepen,
que nos aprueben, que nos quieran… Siempre
depende del pensamiento ajeno el mérito de nuestra existencia. Pero a veces sucede que, hagamos lo que
hagamos, nunca llega esa aprobación externa que nos dé definitiva entidad. Y
entonces, en tanto no somos por la mirada inexistente del otro, somos,
sencillamente, por nosotros mismos. Y
eso puede volverse una mala costumbre…
Y vuelvo al punto: ¿para qué perder tiempo
explicándote? Para vos el “éxito” se mide contablemente. Cada acción que puede resultarnos satisfactoria
a nivel emocional para vos carece de mérito si no implica un rédito económico,
una facturación, un “clink, caja”. ¿Para qué perder el tiempo y acabar seguro en
una discusión innecesaria? Yo siento que
voy por el camino correcto cuando la imagen de una de mis obras recibe el “me gusta” de un alguien que no conozco y que está en la
otra punta del planeta. Para vos soy
estúpida, pierdo el tiempo en ingenuidades, derrocho la energía que podría aplicar
en prácticos utilitarismos varios.
Entendemos distinto el mundo.
Hablamos idiomas diferentes.
Estamos en dos dimensiones incompatibles. Haya paz.
“Ya
no te preocupes, ya no hay razón
Lo
que dices no me importa
Sólo
tu voz…”
Alejandro
Sanz, Un zombie a la intemperie
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