Sigue
sorprendiéndome que sea tema de debate si se puede cumplir con una elección
intelectual o espiritual (una profesión,
un oficio o una pasión) al mismo tiempo que se discurre por las
contingencias naturales de la vida (crecer,
emparejarse, reproducirse, enfermar y morir). El mundo se sigue moviendo,
¿por qué no había de girar?
Leo con cierta infantil sorpresa un artículo
sobre si se puede ser madre y artista al mismo tiempo (You can be a mother and still be
a successful artist – by Marina Cashdan
https://www.artsy.net/article/artsy-editorial-why-motherhood-won-t-hinder-your-career-as-an-artist)
Mi
primera reacción es preguntarme: ¿se puede ser bajita y ser artista?, ¿se pierde el talento si uno olvida teñirse
las canas que asoman demasiado pronto en las raíces? ¿Cuál es la incidencia de
las uñas largas y pintadas de rojo sangre en el tiempo de secado de las
veladuras al óleo?
Dice el artículo: “I’ve never heard a male artist
discuss whether or not they should have children.” (Nunca he oído que un artista varón
se debata entre tener o no hijos). Obviamente,
y si lo piensa o lo habla será en privado, ya que es cuestión que poco tiene
que ver con la obra. ¿Por qué sería en
el caso de una mujer distinto? ¿Por qué hablamos
más y con cualquiera, y, como es bien sabido, todo lo que uno diga será siempre utilizado en nuestra contra?
“No one presumes it’s going to change [a man’s]
work—their work is their work and their private life is their private life.” (Nadie supone que la paternidad
afectará el trabajo de un hombre. Su
trabajo es su trabajo y su vida privada su vida privada.) Comparto
hasta ahí, porque siempre me queda la duda cuando hablan del estoicismo masculino,
de su inconmovible avocación al deber y al trabajo embrutecido, si en realidad
no lo estarán insultando, tratándolo de bestia, de animalito sin voluntad al que
se puede explotar. Si, la obra es la obra y la
vida es la vida, y los hijos afectan –para bien o para mal- tanto al artista
varón como al artista mujer. ¿De qué están hablando?
Pero se
ve que en algún lado se discuten estas cosas.
Y como siempre, la solución a esta cuestión me parece demasiado simple: negarse al debate. ¿Qué le puede importar a un eventual
comprador o a un galerista que va a colgarme el género de la persona con la que
duermo o si he decidido reproducirme y en que progresión geométrica? Si lo que cuenta es la obra, si la que debe
ser juzgada, valorada, catalogada o ignorada, es la obra puntual que uno ofrece
al “mercado”, ¿por qué se toma como
tema de análisis y juzgamiento las vicisitudes de la existencia biológica del
artista? Insisto, ¿qué les importa?
Y en este
punto soy bastante talibán: la culpa es del artista –hombre, mujer, híbrido o indefinido- que permite que se lo estudie
bajo el microscopio y se le impongan desde afuera las pautas de su conducta (presuntamente
para alcanzar el “éxito en su carrera”).
Es el artista el que debe negarse a que su vida personal sea requisito a
cumplir cuando completa el formulario de turno para ser "aceptado" por el mercado del arte. No sólo no le importa al Sr. Mercado sino que
no debemos permitirle ni siquiera manifestar una inofensiva curiosidad al respecto. Esta es la obra que ofrezco, buena, mala, la
toman o la dejan. Pero que me digan de
qué color vestirme, la altura de mis tacones y a quién tengo que llevar colgado
del brazo cuando inauguro una muestra no hablan tan mal de quien pretende
manejarme sino de mí si soy tan necia de aceptarlo.
¿Se puede ser madre y artista? Más aun, ¿se puede ser persona y artista? ¿Se puede ser decente,
respetuoso, productivo y responsable, buena gente, y artista? A veces sospecho que sólo se puede ser muy grosero (lo que implica ser intelectualmente honesto) y artista. El mundillo del arte está saturado de estúpidos. No hay otra manera de tratar con ellos.
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