martes, 20 de septiembre de 2016





























    Ignoro por donde iba la conversación.  Él llevaba hablando largo rato y yo me limitaba a mi mejor expresión de atento interés mientras mentalmente cronometraba las dos docenas de cosas que tenía que hacer, organizándolas para que pudieran concretarse en los próximos veinte minutos.  Entonces me citó el precedente british de “mi casa es mi castillo” como conclusión contundente a lo que fuera que me estaba explicando.  Sonreí,  asentí con la cabeza confirmando su acierto y me apuré a darle un beso de despedida mientras salía disparada en otra dirección a ocuparme de mi millón de pendientes. 


     Pero me quedó repiqueteando en la cabeza. Mi casa es mi castillo.  O, en lo personal, mi casa es mi taller.  He ido invadiendo cada rincón de la casa por pura necesidad, por carecer de un espacio definido y exclusivo donde amontonar mis bártulos.  Y ya no se trata de que demasiado pronto voy a tener que asumir que no hay más lugar, que algunos proyectos (tan básicos como enmarcar obra) van a ser materialmente imposibles de llevar a cabo.  Lo grave es que tampoco puedo mostrar mi obra a algún circunstancial interesado, porque es muy poco serio hacer una recorrida deshilvanada por baños y dormitorios para ir exhibiendo partes de una serie por aquí, partes por allá.  Ni casa, ni castillo, ni taller.  







     Pero como corresponde a mi espíritu veleta, enseguida me pregunto si el desordenado amontonamiento en el que vivo no es mi entorno necesario.  Si podría trabajar lejos de mis libros, de mis cachivaches experimentales, de esas obras mías-mías, de esas que hice exclusivamente para mi disfrute privado o que terminaron por esas vueltas de la vida siendo tan íntimas que nunca voy a poder separarme de ellas.  ¿Puedo pintar en otro lugar que no sea mi cocina, incómoda y torcida en una punta de la mesada, pero cálida junto a la hornalla donde mantengo la pava al rescoldo –porque el mate lavado es parte esencial de proceso creativo-?  ¿Puedo ser yo fuera del lugar que más me define, alejada del alboroto colorido, recargado y lúdico de mi castillo?  El hombre y su circunstancia, el artista y su revoltijo.  La pura lógica del desorden: porque siempre antes de la creación fue el caos (¡la excusa perfecta!).  Además, en el estado actual de mi economía, la posibilidad de poder costearme un lugar extra es cada vez es más improbable...









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