jueves, 15 de septiembre de 2016























  Un hombre pinta a una mujer. Hasta aquí, lo normal: las mujeres han sido educadas para ser miradas, no para ser protagonistas. En los manuales de Historia del Arte ellas no pintan hombres, ni tienen permitido ser más que musas. Y como tales, invisibles, objetos. Volvamos a intentarlo: un hombre pinta a una mujer, pintado por una mujer. La autora de este juego de reflejos entre el cuadro y el espectador es Sofonisba Anguissola (1535-1625), que a los 18 años firma una obra soberbia sobre la construcción de la autoría al retratar a su maestro, Bernardino Campi, pintándola. El ha sacado a la luz su talento como artista,  ella lo supera al sorprenderle en pleno acto y se reivindica como pintora soberana.

  Ni musa, ni muda,  Anguissola fue una mujer “que se saltó las normas de su género y de su condición social para demostrar a todo el continente que una dama virtuosa podía poseer el mismo talento que cualquier hombre, y que ni su género ni su apellido tenían por qué impedirle desarrollar su vocación, aunque las condiciones de su trabajo fueran muy diferentes de las de cualquier colega varón”, explica la escritora, periodista e historiadora del arte Ángeles Caso, que acaba de publicar una historia del arte contra el olvido: Ellas mismas. Autorretratos de pintoras (Libros de la letra azul), un repaso por 80 mujeres artistas invisibles en la Historia del Arte.

  Sofonisba, después de permanecer en la corte de España durante 13 años, pintando al rey Felipe II, una y otra vez, a su segunda mujer Isabel de Valois y a la tercera, Ana de Austria, al príncipe don Carlos, etc. la artista desaparece del mapa. Sólo abandonó los pinceles a los 80 años, casi ciega, en su casa de Palermo, donde recibió la visita del pintor Anton van Dyck, que la representó en varias ocasiones, en homenaje a su fama y reconocimiento.

  Y a pesar de todo, su nombre desapareció de las colecciones reales y cuando se inaugura el Museo del Prado, en 1819, sus retratos fueron expuestos como lienzos de los pintores de cámara del rey, Alonso Sánchez Coello y Juan Pantoja de la Cruz. Mujeres para ser miradas, no para mirar. Artistas invisibles, sometidas a la creación de un relato dominado por una historiografía “androcéntrica”. Casi dos siglos después, sigue sin aclararse su autoría en los cuadros que pasaron a ser de hombres. En El Prado hay tres retratos de ella y uno en duda. Aunque quién sabe si ese silencio no le ha arrebatado otras obras. El futuro es de Sofonisba.

  “Ojalá Fumiko tenga suerte en el juicio y caiga con un juez sensible, que muestre interés en estos temas”, cuenta la autora de la investigación sobre el caso de la demanda de la pintora japonesa a Antonio de Felipe, “el Warhol español”. Tal y como cuenta la autora nipona a este periódico, la primera parte de la jornada laboral la pasaba en el taller, ejecutando las ideas y órdenes que le encargaba De Felipe. Por la tarde, en su casa, se dedicaba a su trabajo personal otras tantas horas, la pintura abstracta de inspiración en Tàpies. Así durante 20 años hasta que fue despedida, a los pocos meses de tener un contrato que reconocía su labor.

  “Las mujeres pintoras han trabajado siempre en condiciones muy difíciles”, subraya Ángeles Caso. Vivieron “apartadas durante mucho tiempo de los mejores centros de enseñanza artística, sometidas a las presiones de una sociedad que nunca las vio con buenos ojos, obligadas a compatibilizar su trabajo con sus deberes como esposas, madres o hijas y a veces, incluso, condenadas a trabajar con peores materiales porque se les pagaba menos que a los hombres”. Dice que todas, hasta las mejores, se desvanecieron sin dejar rastro en la Historia. “La mirada de los historiadores del arte ha sido particularmente miope. Incluso, en algunos casos, misóginamente miope”.

  Las mujeres han estado en talleres, trabajando para los maestros, sin reconocerles la autoría, mientras los discípulos crecían y eran reconocidos por su labor. No es verdad que las mujeres no existieron en la historia de la pintura: fueron menos que los hombres, pero más de las que aparecen en el canon. Anuladas en los círculos académicos, vetadas para triunfar y disfrutar de la independencia, salvo si fueran ricas. El resto, tenía que trabajar, atender a las tareas domésticas y pintar los cuadros de su marido o su maestro.


NI MUSAS, NI MUDAS - Fumiko y la estirpe invisible de las mujeres pintoras, artículo de Peio H. Riaño para El Español  


























  La figura de la mujer en la Historia del Arte ha estado casi siempre asociada al de mero objeto carnal: la mujer que posa frente al pintor que la dibuja, la prostituta que exhibe sus pechos, las musas 
desnudas que inspiran a decenas de señores con barba y bigote... Sin embargo, poca gente ha reparado en la cantidad de pintoras con carreras fulgurantes que se han borrado de los libros, desvaneciendo su figura hasta la más mínima existencia, diluida en un mundo de hombres que les robaban la imagen y les prohibían el talento.

  Cansada del concepto de musa, de mujeres pasivas e inspiradoras, la escritora e historiadora del arte Ángeles Caso, reivindica la pintura de la mujer en Ellas mismas, un libro que recoge los autorretratos de 80 artistas que han quedado relegadas al olvido y que es fruto del trabajo de muchos años de investigación. "El discurso tradicional de la Historia del Arte tradicional nos ha dicho siempre que no hubo mujeres artistas, pero la realidad es otra", dice Caso.

  La ganadora del Premio Planeta por Contra el viento decidió seguir la pista de los autorretratos de mujeres tras hacer un trabajo para el Museo del Prado sobre pintoras del siglo XVIII, aunque lleva gran parte de su vida interesada en las investigaciones de género. Según la escritora y, a pesar de lo que suele pensar la gente, las mujeres se autorretrataron más que los hombres, "tratando de dar una imagen de mujer seria, profesional y culta", señala.

  Desde las manos que las pintoras de la prehistoria dejaron en las paredes de las cuevas, hasta los autorretratos de las artistas de las vanguardias, Caso hace un recorrido por lo mejor de la pintura femenina, haciendo hincapié en la evolución estilística, pictórica, técnica y sociológica de cada una de las etapas, que explican el papel de las mujeres en cada una de ellas. Según la época, estas mujeres tuvieron una mayor o menor visibilidad. Si en los siglos XVI y XVII lo habitual era que las mujeres se formaran como discípulas de sus padres, con lo que accedían con relativa facilidad al aprendizaje y a la maestría, el siglo XIX cerró de golpe las puertas a estas mujeres, que vieron cómo les era imposible acceder a las academias, no sólo por concebir que no tenían suficiente talento, sino por una cuestión moral. "Las convenciones sociales impedían que las mujeres pudieran dibujar a modelos desnudas", afirma.

  Lo que queda claro es que todas ellas lucharon por hacerse valer, y algunas lo consiguieron. Cerca del 80% de estas mujeres tuvieron carreras importantes, triunfaron e incluso se hicieron muy ricas. "No eran pintoras desconocidas, mujeres que pintasen en la esquina de la cocina", reconoce Caso. La pregunta es "¿por qué no están en los libros de historia?". Para la escritora, "los historiadores las descartaron de un plumazo, las condenaron, las tiraron a un pozo oscuro y probablemente hemos heredado ese relato sin cuestionarlo", explica.

  Sofonisba Anguissola, Anna Dorothea Therbusch, Artemisa Gentileschi, Vanessa Bell, Berthe Morisot, Marianne von Werefkin o Leonora Carrington son algunas de las heroínas silenciadas que Ángeles Caso ha rescatado en este ensayo ilustrado. Carrington (1917-2011), a la que la autora enmarca dentro del grupo Las Modernas, fue una pintora surrealista inglesa que abandonó su vida de lujo para entregarse al "París del arte y del amor" guiada por su amante, el pintor alemán Max Ernst. Su autoretrato, tomado en 1938, parece reflejar "un combate interior entre el amor y la libertad". Un ansia de independencia que manifestó también Paula Modersohn-Becker (1876-1907), que se retrató desnuda, embarazada y con un collar de ámbar desafiando a quiénes la tacharían de prostituta; una obra que representaba "una bofetada profunda al mundo burgués".

  A diferencia de sus compañeras injustamente olvidadas, la autora cita como polo opuesto a Frida Kahlo, que se ha convertido en todo un icono. Caso atribuye parte de ese éxito a su marido, Diego Rivera. "Creo que es tan conocida más por su historia personal", dice. "A todas las demás las tenemos que rebuscar porque están metidas en un pozo y con este trabajo trato de iluminarlo y sacarlas a la luz", apunta. Para hablar de arte no puede dejar fuera la fotografía; por eso ha querido incluir los autorretratos de ocho fotógrafas, Lee Miller, Wanda Wulz o Kate Matthews entre ellas, en los que reconoce que son una parte importante de la historia. "Son la transición hacia las artes plásticas del siglo XX", sostiene.

  No sólo en la pintura, en el resto de artes parece que las mujeres se ven obligadas a abrirse un hueco a trompicones. "Se nos trata de manera diferente", se queja Caso, que recuerda a las mujeres poetas que la literatura olvidó. "Realmente es asombroso que, mientras que comercialmente las escritoras tenemos mucho éxito, luego en cambio el porcentaje de las mujeres premiadas es ínfimo".

  Para financiar este proyecto, Caso llamó a varias puertas y, después de que se la cerraran en unas cuantas editoriales -que no estaban dispuestas a asumir los gastos de un libro tan costoso-, decidió apostar por la fórmula del crowdfunding, con la que la escritora logró reunir a 1.600 mecenas con los que financió el proyecto. "Yo tenía muy claro que el libro merecía la pena, así que o me ponía a llorar y lo guardaba en un cajón o tiraba para adelante", señala.

  La escritora fundó su propia editorial, Libros de la letra azul, y ha conseguido dar vida a un proyecto necesario. "Las mujeres necesitamos que se reconstruya la genealogía cultural que nos pertenece, pero que nos han robado", concluye.

Las mujeres que pintan, artículo de Rosa Santiago para El Mundo








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