domingo, 2 de octubre de 2016



























    Discusión repetida.  Encuentran en la web que imágenes de mis obras son (presuntamente) comercializadas por alguien que no soy yo:  “Tenés que colocar marca de agua a todas las imágenes…”, “…asegurar la protección de copyright…”, “…¡no subas más nada a internet…”

     Ya no intento explicar mi posición, aguanto estoicamente todas las argumentaciones que –en resumen- demuestran que yo soy una estúpida y que hago todo mal.  ¿Para qué perder el tiempo tratando de que vean las cosas desde mi punto de vista?  Mi opinión en este asunto es, evidentemente,  la más intrascendente de todas.

    A quien resume el universo en el intercambio interesado de “cuanto gano yo en esto”, es muy difícil hacerle entender que se trata de arte, no de vender postales o posters.  Que cuantas más reproducción se vendan –por quién sea y ojalá les resulte buen negocio- la pieza original, única, exclusiva, irreproducible en su entidad por ser, precisamente, a-r-t-e, adquiere  valor real.  Es más conocida, más apreciada, empieza a adquirir significancia cultural.  Y ese original lo tengo yo (los dioses que sean me perdonen, que la tengo arrumbada en el piso apoyada en una estufa en un inevitable amontonamiento de obras).  Ese código de exclusividad propio del arte es imposible de interpretar para quienes todo lo reducen a sacar dos pesos de ganancia siempre, a toda costa,  y de lo que sea. 

     Insisto, cada vez que veo que alguna imagen de mis obras es  utilizada por personas que no conozco, me siento absolutamente honrada.  Orgullosa de que esa obra en particular haya podido conmover a alguien por completo ajeno y extraño, demostrando que esa extraña alquimia del arte se produjo en concreto.

     Definitivamente, nada de marca de agua o reserva de copyright para mis imágenes.  Seguiré soportando la deplorable opinión que se tiene de mi criterio.  Farnellita I, la estoica.



















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