Sobre las obras perdidas – Episodio III
Hay obras perdidas que en rigor de verdad no están
perdidas porque se supone que sé dónde están. En el 2008 participé de la Bienal
Balconadas, en Betanzos, La Coruña, España. Toda la tramitación fue via mail y la obra -Me fui en busca de una luna menos fría-
viajó por correo postal, en este caso sin ningún problema. Me confirmaron arribo y combinamos que el
retiro sería personal, que me guardarían la obra hasta que yo viajara a
buscarla, lo que en mis planes por aquel tiempo sería casi un año después del
evento. A su tiempo me llegó -también por correo postal- el precioso catálogo del evento donde se veía mi obra colgada de un balcón de la ciudad de Betanzos.
La vida
hace sus planes deshaciendo los propios y finalmente no viajé a España cuando lo tenía previsto. Tampoco me contacté para avisar la contingencia
y pedir me la reenviaran vía postal a mi costo.
De hecho, no volví a tener ninguna comunicación con las personas con las
que había mantenido hasta entonces un muy cordial intercambio. Como siempre, pasó el tiempo mientras yo me
distraía en otras cosas…
En enero
del 2017 voy a estar en España –salvo imprevistos, ya tengo el pasaje-. Podría ir a buscar la obra, pero sé que no
voy a hacerlo. ¿Por qué? Porque es así. Porque el tiempo es escaso y seguramente me
demore en exceso en El Prado (mi santa peregrinación a Goya), sintiendo que el
destino de cada obra es exclusivo de ella.
Que tal vez esté arrumbada en un depósito pero tal vez alguien se
encariño y la llevó consigo, y en ese caso qué derecho tengo de aparecer a
interrumpir.
No es desidia, no es
indiferencia, mucho menos falta de cariño.
Es simplemente creer que lo que debe ser será, independiente de mí. Si Me fui en busca de una luna menos fría
tiene que volver a casa será ella la que va encontrar el camino de vuelta.
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