Es todo
mentira. O, a lo sumo, una verdad
engañosa contada con malicia, sabiendo que la ignorancia del resto permite que cualquier
cosa sea creíble.
Si, ya sé
que yo también juego este juego. Desde
el principio (y no me amparo en la excusa
de mis pocos años de entonces, ya intuía que el asunto iba por ahí). Nunca se trató de estar convencido de que uno
estaba dotado para hacer algo excepcional sino que era cuestión de trabajar
arduamente en convencer a los otros que lo que hacíamos era especial. No se trató jamás de ser bueno, sino de que
los demás supusieran -por un astuto juego
de confusiones- que éramos los mejores.
Pasa el
tiempo y caemos en nuestra propia trampa.
¿Cuál es la verdad? deja de ser la pregunta para pasar a
analizar y cuestionarnos ¿luce lo suficientemente convincente? Sabemos que nada es real, pero hace mucho que
la realidad dejó de formar parte de nuestra cotidianidad. Una fantasía colectiva en la que todos
jugamos nuestro rol, y los más hábiles manipulan y argumentan los roles de los
demás.
Conozco
como se manejan estas cosas: se pone dinero, se alquila una sala o galería que
no tenga prejuicios, por un precio hablan de “selección” o “curaduría”,
y aquellos que cubren los aranceles pueden colgar felizmente convencidos de haber
sido “elegidos”
y que han superados los “altos estándares de selección del Comité
organizador”. Muy lindo
todo. A veces hasta la cuelga queda
compensada entre cachivache y obra medianamente lograda, y vista en conjunto,
con las luces adecuadas y la habilidad del fotógrafo, parece todo de lo más serio.
¿Importa? En el currículum (esa tarjeta de presentación esencial, porque
de oídas nadie conoce a nadie) se tiene un ítem más, una exposición en un
sitio de elite (porque por muy mediocre que sea la galería siempre será mejor que un bar o la sala de espera de una clínica
de obra social). Y el acopio de ítems es el currículum. No importa realmente la significancia del
evento, lo que cuenta es la imagen de esa reseña de actividad que, por
supuesto, tampoco nadie lee. Pero la
tenemos, es nuestro (falso) pasaporte
de artista.
Y
aplicamos la estrategia precisa de relojero suizo al ir eligiendo si vamos por
aquí o vamos por allá, a quién pagamos, que movida en nuestra partida nos hace
avanzar (al menos imaginariamente) en
nuestro camino. ¿Camino a dónde? A la credencial que nos asegure pertenecer
al exclusivo mundillo del arte local. O
sea, que al menos dos personas fuera de la familia sepan que somos artistas.
¿Realmente
la gente (personas ajenas a
nuestro círculo que se interesen honestamente por las manifestaciones
artísticas) concurre a estas muestras armadas a conveniencia del
organizador –primero- y de los artistas?
No. Soy sincera: NO.
Fuera de las inauguraciones, a la que van los artistas y algún amigo o
pariente, el resto del tiempo que se sostenga la exposición brilla por su falta
de público neutral. Y algunos espacios
ni siquiera abren el resto de los días de la exhibición: los altos costos de
personal de seguridad suele ser la excusa para sólo abrir el día del vernissagge.
¿Entonces? Entonces nada. Es así.
Es una farsa elegante, un juego de mentiras donde los primeros engañados
somos nosotros mismos, que invertimos ¡fortunas! en aparentar una actividad
artística inexistente por su mérito y carente de finalidad práctica. ¿Quién nos ve en estos eventos? Nadie.
Pero es un ítem más en nuestro papelito de trayectoria. Un papelito que difícilmente alguien lea. Queremos creer que estas imposturas son el
sustento de nuestra condición de artista, aceptamos el autoengaño porque la
verdad verdadera –esa que cuenta de que
nuestra obra nunca fue lo suficientemente buena para no necesitar de trampas- no la queremos recordar.
Y
entonces me acusa de que tengo un mal día y exagero, de que lo veo de un modo
negativo por puro mal humor. Todo sirve
en aras del dios del personal branding. Que la obra y nuestro nombre circule, que se
vea; no importa el contexto ni la incidencia real sino el movimiento. Estar ahí, aunque sea en un rincón apartado y
fuera de foco. Despacio, con
perseverancia, trabajito de hormiga. Tal
vez. Puede que yo no tenga una mirada
optimista (a la luz de los resultados)
y que a su manera difusa todo sirva.
Pero no puedo evitar esta eterna sensación de farsa. Se me ríe en la cara y me acusa de que esa
sensación se debe a mi obsesión por las máscaras…
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