martes, 18 de octubre de 2016




     Es todo mentira.  O, a lo sumo, una verdad engañosa contada con malicia, sabiendo que la ignorancia del resto permite que cualquier cosa sea creíble.

     Si, ya sé que yo también juego este juego.  Desde el principio (y no me amparo en la excusa de mis pocos años de entonces, ya intuía que el asunto  iba por ahí).  Nunca se trató de estar convencido de que uno estaba dotado para hacer algo excepcional sino que era cuestión de trabajar arduamente en convencer a los otros que lo que hacíamos era especial.  No se trató jamás de ser bueno, sino de que los demás supusieran -por un astuto juego de confusiones- que éramos los mejores.




     Pasa el tiempo y caemos en nuestra propia trampa.  ¿Cuál es la verdad? deja de ser la pregunta para pasar a analizar y cuestionarnos ¿luce lo suficientemente convincente?  Sabemos que nada es real, pero hace mucho que la realidad dejó de formar parte de nuestra cotidianidad.  Una fantasía colectiva en la que todos jugamos nuestro rol, y los más hábiles manipulan y argumentan los roles de los demás.

     Conozco como se manejan estas cosas: se pone dinero, se alquila una sala o galería que no tenga prejuicios, por un precio hablan de “selección” o “curaduría”, y aquellos que cubren los aranceles pueden colgar felizmente convencidos de haber sido “elegidos” y que han superados los “altos estándares de selección del Comité organizador”.  Muy lindo todo.  A veces hasta la cuelga queda compensada entre cachivache y obra medianamente lograda, y vista en conjunto, con las luces adecuadas y la habilidad del fotógrafo, parece todo de lo más serio.



    ¿Importa?  En el currículum (esa tarjeta de presentación esencial, porque de oídas nadie conoce a nadie) se tiene un ítem más, una exposición en un sitio de elite (porque por muy mediocre que sea la galería siempre será mejor que un bar o la sala de espera de una clínica de obra social). Y el acopio de ítems es el currículum.  No importa realmente la significancia del evento, lo que cuenta es la imagen de esa reseña de actividad que, por supuesto, tampoco nadie lee.  Pero la tenemos, es nuestro (falso) pasaporte de artista.

     Y aplicamos la estrategia precisa de relojero suizo al ir eligiendo si vamos por aquí o vamos por allá, a quién pagamos, que movida en nuestra partida nos hace avanzar (al menos imaginariamente) en nuestro camino.  ¿Camino a dónde?   A la credencial que nos asegure pertenecer al exclusivo mundillo del arte local.  O sea, que al menos dos personas fuera de la familia sepan que somos artistas.




     ¿Realmente la gente (personas ajenas a nuestro círculo que se interesen honestamente por las manifestaciones artísticas) concurre a estas muestras armadas a conveniencia del organizador –primero- y de los artistas?   No.  Soy sincera: NO.  Fuera de las inauguraciones, a la que van los artistas y algún amigo o pariente, el resto del tiempo que se sostenga la exposición brilla por su falta de público neutral.  Y algunos espacios ni siquiera abren el resto de los días de la exhibición: los altos costos de personal de seguridad suele ser la excusa para sólo abrir el día del vernissagge.

     ¿Entonces?  Entonces nada.  Es así.  Es una farsa elegante, un juego de mentiras donde los primeros engañados somos nosotros mismos, que invertimos ¡fortunas! en aparentar una actividad artística inexistente por su mérito y carente de finalidad práctica.  ¿Quién nos ve en estos eventos?  Nadie.  Pero es un ítem más en nuestro papelito de trayectoria.  Un papelito que difícilmente alguien lea.  Queremos creer que estas imposturas son el sustento de nuestra condición de artista, aceptamos el autoengaño porque la verdad verdadera –esa que cuenta de que nuestra obra nunca fue lo suficientemente buena para no necesitar de trampas- no la queremos recordar.






     Y entonces me acusa de que tengo un mal día y exagero, de que lo veo de un modo negativo por puro mal humor.  Todo sirve en aras del dios del personal branding.  Que la obra y nuestro nombre circule, que se vea; no importa el contexto ni la incidencia real sino el movimiento.  Estar ahí, aunque sea en un rincón apartado y fuera de foco.  Despacio, con perseverancia, trabajito de hormiga.  Tal vez.  Puede que yo no tenga una mirada optimista (a la luz de los resultados) y que a su manera difusa todo sirva.  Pero no puedo evitar esta eterna sensación de farsa.  Se me ríe en la cara y me acusa de que esa sensación se debe a mi obsesión por las máscaras…













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