Sobre las obras perdidas – La precuela
Comencé a
perder obra en el año 1992. Era un
ambicioso proyecto de exhibiciones de artistas argentinos en Estados Unidos, coordinadas por una
asociación de artistas independientes acá y una supuesta galería allá. Hubo una convocatoria por los diarios
a presentar bocetos sobre una serie de temas específicos, el mío pasó la
preselección, y así fue que concreté Autonomía
de lo bello, la primera de mis obras que viajó hacia el Norte (y que,
por supuesto, jamás regresó).
Supuestamente la primera muestra –en Phoenix, Arizona- fue un
éxito, y me dijeron que mi obra se había vendido a un basquetbolista (un globetrotter, especificaron, como augurio de buena fortuna). Yo era muy joven y tímida y no pregunté ni
cual había sido el precio ni cuando ese dinero llegaría a mis manos. Por el contrario, dejé que me cebaran a enviar más
obra, para lo que sería una seguidilla de exhibiciones en Arizona y en hoteles de cinco estrellas de Miami. Sin preguntar mucho ni resguardarme de ningún
modo (y sin internet por entonces para cotejar la veracidad de los eventos) mandé gustosa e ingenua a Autonomía de lo bello II
y a unas obritas viejas (que no me
convencían mucho pero que era lo único que tenía disponible por entonces sobre
tela) a su presunto destino de gloria en territorio norteamericano.
Resultado
final y previsible: nunca recibí el dinero de la ¿venta? de Autonomía… ni tuve noticias de ninguna de esas
obras. La asociación de artistas se
disolvió, al galerista que manejaba las cosas allá no hubo modo de contactarlo, el tiempo pasó y
el mundo (mi mundo) siguió girando.
Sólo me quedó de esa aventura el boceto inicial de Autonomía de lo bello:
Es
evidente, ante los hechos, que esa pérdida inicial no me desalentó a seguir
enviando obra a destinos desconocidos con poco criterio y sin ningún reaseguro. La
Cuadrilla de la Langosta marchó a España
y ahí quedó.
Imagen quemada, Otra
imagen quemada e Imagen en rosa también marcharon a distintos eventos en tierras
europeas y no supieron retornar a casa:
Un par
de dibujos se quedaron en México…
Y para demostrar que soy capaz de perder obra
a la vuelta de la esquina, Sangre de Puma se me perdió en la mismísima Capital: estaba en exhibición en una
galería sobre calle Maipú que de un
día para el otro desapareció en la intempestiva construcción de una torre y no
hubo manera de reencontrar al galerista que la tenía -al que tampoco busqué tan exhaustivamente que digamos-.
Apostilla: Hay otra
cantidad de obras que se han quedado en el limbo de mis mudanzas, que podría
saber dónde están pero que no quiero buscar ante la sospecha del deterioro
causado por no haberlas cuidado como corresponde. Mis obras no sólo deben
hacerse su propio camino sino que deben sobrevivir a mi enorme capacidad de
distracción.
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