Reconociendo
mi prejuicio inicial, me rindo a la evidencia y reconozco que Twitter es una
maravillosa herramienta para informarse de modo rápido y selectivo y para
difundir la obra más allá de lo imaginable.
Eligiendo
con criterio a quienes seguir (siempre dentro de un número razonable que
permita que se pueda leer en un tiempo lógico toda la data que se suministra)
Twitter permite estar al tanto de qué se está haciendo en otras partes, en qué anda la gente que admiramos y tener un cronograma actualizado de eventos cercanos y
convocatorias accesibles para sumarnos. Lo que antes
había que buscar en dos docenas de publicaciones especializadas (con su a veces
inaccesible costo) está ahí, constantemente, en el telefonito.
En cuanto
a difundir lo que uno hace a las pruebas me remito:
Discutí
sobre esto hace poquito tiempo con un artista más conservador que yo. Si paso en limpio el fondo de la cuestión (y esto lo va a hacer enojar aun más conmigo)
creo que su negativa feroz a una difusión tan imprevisible era puro
miedo. Miedo a que la obra se exponga a
juicios de personas sobre las que no se ejerce ningún control. Miedo a exponerse a esa fatal crítica
contundente que es la indiferencia.
Moverse
sólo entre amigos es cómodo, pero no correr riesgos es estancarse y eso, para un artista, resulta imperdonable. La web es universalista e impiadosa. Siempre entendí que el artista tiende a la
universalidad y que el riesgo del juicio ajeno es parte esencial de poner el
alma (realmente) en lo que se hace. No digo que las cosas se hagan por y para esa
opinión ajena, pero escaparle es simple cobardía.
“Y más me gusta sentir dentro de mí arder un
dolor verdadero y endemoniado que esta confortable temperatura de estufa.”
Hermann Hesse, El
Lobo estepario
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