martes, 25 de octubre de 2016



   Sobre las obras perdidas – Episodio I
























     Me preguntaron sobre la disponibilidad de una de las obras de la serie The Silk Road.  Mal momento (por la circunstancial compañía) y mal lugar (no tenía por donde escabullirme para evitar la respuesta).  No podía decir la verdad ("No sé dónde están") y balbucí un nada creíble y seudo profesional: “Las tengo comprometidas para un par de muestras el año próximo, de momento no están a la venta”.

     La verdad verdadera –esa que no iba a decir en frente de todos- es que se quedaron en España después de un par de exhibiciones cuando perdí el contacto con la última persona que las tuvo en su poder.  “Perdí contacto” significa que me dejé estar, siempre entretenida en otras cosas, y no me ocupe seriamente de su reintegro.  Demasiado tiempo después, cuando por mail intenté reanudar la conversación, nadie contestó.  ¿Insistí?, no, obviamente.  Prefiero imaginar que están en buenas manos  y que eventualmente alguien las disfrutará colgadas en alguna pared desconocida.  Mi fe es toda para ellas: las creo bonitas, gratas para la compañía, capaces de conseguir que se las cuide y se las quiera por mérito propio.

























    Y así esas siete pequeñas obras se suman a mi catálogo de perdidas.  Claro que me cuesta reconocerlo públicamente, sé muy bien que suena a desidia y torpeza, a una concreta incapacidad de manejar mis asuntos con eficacia mercantil.  No sólo pierdo dinero, ¡pierdo obras!, mejor sería que dejara todo en otras manos…  Íntimamente soy consciente de que nada de lo que hago o dejo de hacer es ni inocente ni casual.  Pero es complicado de explicar a quienes sólo entienden de dos por dos y de cuanta ganancia en metálico reporta cada cosa que se hace.  No me gusta pelear, no soy del tipo conflictivo.  Me alcanza con hacer lo que me viene en ganas,  aunque a quién lo vea de afuera le parezca todo pura debilidad y torpeza.









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