viernes, 17 de febrero de 2017




    Innecesariamente me he ganado un par (o tres, o cuatro)  de enemigos.  No por disparidad de convicciones sino por disensión en el método.  Me trabé en una charla –algo acalorada, por cierto- con un grupo activista por los derechos de la mujer.  Querían sumarme a una campaña por la igualdad “a la fuerza”, por una ley de cupo femenino extendida al área de la cultura.  Les agradecí el interés, alabé lo meritorio de su lucha. Pero expliqué mi falta de tiempo para la marcha con pancartas ya que aplico mi escaso tiempo a ejercer mi derecho de igualdad de oportunidades bregando a brazo partido en un mercado donde, ¡quién puede negarlo!, ser hombre es salir de la partida con varios metros de ventaja.  La ley nos asegura el espacio, me dijo.  Y estoy demasiado vieja como para no responderle con honestidad que una ley es un papel, que los espacios se ocupan en los hechos, que no hay mejor campaña por la igualdad de género que actuar esa igualdad y poner en abierta evidencia a quién pretenda prioridades por la mera condición genital de un postulante.  Se enojó, afirmó que mi actitud era egoísta.  Me defendí con este blog (para algo, evidentemente, puede servir).  Lo que hago lo reseño, dando la data para quien quiera usarlo tomando mi experiencia como trabajo de campo y corregir errores.  Comparto el ir buscando abrir camino sin diferenciar sexo de los artistas emergentes y periféricos.  Todos somos marginados del mercado, todos sufrimos el no "pertenecer".  Nada más igual que un artista indie y sin recursos.






     Me temo que a esa altura estábamos todas un poco ofuscadas, y la cortesía y los buenos modos quedaron algo de lado.  No quise ser tan grosera cuando le expliqué que a mi edad ya no da que le llore y le haga pucheritos a Papá Estado para que venga y me defienda, que en su gracia magnánima me regale ese puestito que no sé ganarme sola y que me pague las cuentas.  Mis batallas las peleo yo, en concreto, poniendo el cuerpo en la vanguardia.  Gracias, pero a cualquier caballero (y a varias damas) le hago frente de igual a igual, cara a cara.  Y si voy perdiendo, nadie tiene la culpa más que yo.  Me lamo las heridas y vuelvo al campo de batalla, porque la igualdad es una convicción de ejercicio diario no de slogans que se gritan cuando nos enfoca la cámara.









No hay comentarios:

Publicar un comentario