jueves, 23 de febrero de 2017




     ¿Qué fue lo primero que no me gustó?  El nombre.  No, bueno, no puedo decir que fuera el nombre, sería demasiado prejuiciosa.

     ¿Qué iniciara con el cuentito armado de que menganita hizo esto, como hormiguita, después viajó y comprendió cómo funcionaba todo afuera, entonces volvió y decidió emprender este proyecto  para compartir su sabiduría con el resto de los artistas?  Me recordó demasiado a un entrenado vendedor de tiempo compartido.  Pero tampoco, ahí más que prejuicio sería resentimiento: allá por los 90 yo compré un tiempo compartido...

     ¿Fue el que pretendiera que le creyese a pie juntillas que la gente acude en masa a comprar arte?  ¿O que insistiera tanto en que si una obra se daña en el cuelgue, en el mientras tanto o en el descuelgue es culpa exclusiva del artista?  ¿O, sencillamente, fueron los precios? (¡más IVA!, aclaran, nunca el número final en forma directa, para que no parezca tanto…).
 
 
    Pero trato de ser profesional y analizo con frialdad.  Un stand de 4 metros de pared de fondo con dos laterales de 3 metros y medio.  Son diez metros lineales para cuelga.  Los mejor ubicados implican una base de 37.510 pesos (ya con IVA, algo así como unos 2.300 dólares).  Después están los extras de siempre: mayor iluminación que el foquito standard, muebles mínimos (mesita y silla), los seguros al personal que atenderá el stand aunque sea el mismo artista y un pariente; folletería, catalogo y papelería de publicidad apostando a ventas posteriores a la feria; el estacionamiento en el predio para la carga y descarga, una trastienda externa si se quiere, y capítulo aparte el enmarcado de la obra y montaje interno con pies, soportes y accesorios estáticos para folletos y catálogos.  O sea que participar en una feria de este estilo, por cuatro días, para un artista emergente, de medio pelo y desconocido como yo implica una inversión cercana a los cincuenta mil pesos (unos 3.100.- dólares).
 
 
 
      ¿Es mucho?  Es mucho.  ¿Justifica?  Si fuera “realidad real” que se vende obra suficiente para cubrir al menos parte de ese valor, bueno, uno diría que son las reglas del business, sin inversión no hay ganancia.  Pero por mi experiencia vender no se vende tan fácilmente –al menos yo no he vendido en este tipo de eventos-, y entonces el costo cubierto en su totalidad por uno es a cambio de  mostrar y difundir la obra.  No digo que eso no sea una gran cosa y que sólo por eso no valga la pena, pero son precios altos para cualquiera que tenga que trabajar de otra cosa para poder vivir y mantenerse en este vicio caro y absurdo del arte.

     Comparo –en concreto- con el tarifario de The Other Art Fair, en el Brooklyn Expo Cent, New York, y 5 metros lineales tienen un costo de 1680 dólares (“más tax”, son iguales en todos lados), por lo que cotejando números estamos más o menos ahí, no emitiendo valoración si como mercado y evento de atracción de público tienen igual incidencia ambas ferias.  Pero se ve que esos son los números que maneja el mercado y de los cuales resulta que un montón de gente (“los organizadores”) obtienen una buena retribución por su trabajo de hacernos un “favor” a los artistas.


 
 

      Más gente que vive de los artistas aunque no les quepa el traje tradicional de galerista o curador o art-dealer.  A veces siento que pesa sobre mí –como sobre el resto de los artistas, en cualquier disciplina- la obligación de sostener económicamente a todo el sistema con su  multitud de personas que hacen del arte su negocio aunque con el arte no tengan nada que ver.
 
 
 
 
 
 

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