¿Qué fue lo primero que no me gustó?
El nombre. No, bueno, no puedo
decir que fuera el nombre, sería demasiado prejuiciosa.
¿Qué iniciara con el cuentito armado de que menganita hizo esto, como
hormiguita, después viajó y comprendió cómo funcionaba todo afuera, entonces
volvió y decidió emprender este proyecto
para compartir su sabiduría con el resto de los artistas? Me recordó demasiado a un entrenado vendedor
de tiempo compartido. Pero tampoco, ahí
más que prejuicio sería resentimiento: allá por los 90 yo compré un tiempo
compartido...
¿Fue el que pretendiera que le creyese a pie juntillas que la gente
acude en masa a comprar arte? ¿O que insistiera
tanto en que si una obra se daña en el cuelgue, en el mientras tanto o en el
descuelgue es culpa exclusiva del artista?
¿O, sencillamente, fueron los precios? (¡más IVA!, aclaran, nunca el
número final en forma directa, para que no parezca tanto…).
Pero trato de ser profesional y analizo con frialdad. Un stand de 4 metros de pared de fondo con dos
laterales de 3 metros y medio. Son diez
metros lineales para cuelga. Los mejor
ubicados implican una base de 37.510 pesos (ya con IVA, algo así como unos 2.300
dólares). Después están los extras de
siempre: mayor iluminación que el foquito standard, muebles mínimos (mesita y silla), los seguros al
personal que atenderá el stand aunque sea el mismo artista y un pariente;
folletería, catalogo y papelería de publicidad apostando a ventas posteriores a
la feria; el estacionamiento en el predio para la carga y descarga, una
trastienda externa si se quiere, y capítulo aparte el enmarcado de la obra y
montaje interno con pies, soportes y accesorios estáticos para folletos y
catálogos. O sea que participar en una
feria de este estilo, por cuatro días, para un artista emergente, de medio pelo
y desconocido como yo implica una inversión cercana a los cincuenta mil
pesos (unos 3.100.- dólares).
¿Es mucho? Es mucho.
¿Justifica? Si fuera “realidad real” que se vende obra
suficiente para cubrir al menos parte de ese valor, bueno, uno diría que son
las reglas del business, sin
inversión no hay ganancia. Pero por mi
experiencia vender no se vende tan fácilmente –al menos yo no he vendido en este tipo de eventos-, y entonces el
costo cubierto en su totalidad por uno es a cambio de mostrar y difundir
la obra. No digo que eso no sea una gran
cosa y que sólo por eso no valga la pena, pero son precios altos para cualquiera
que tenga que trabajar de otra cosa para poder vivir y mantenerse en este vicio
caro y absurdo del arte.
Comparo –en concreto- con el tarifario de The Other Art Fair, en el
Brooklyn Expo Cent, New York, y 5
metros lineales tienen un costo de 1680 dólares (“más tax”, son iguales en todos lados), por lo que cotejando números
estamos más o menos ahí, no emitiendo valoración si como mercado y evento de
atracción de público tienen igual incidencia ambas ferias. Pero se ve que esos son los números que
maneja el mercado y de los cuales resulta que un montón de gente (“los
organizadores”) obtienen una buena retribución por su trabajo de
hacernos un “favor” a los artistas.
Más gente que vive de los artistas
aunque no les quepa el traje tradicional de galerista o curador o art-dealer. A veces siento que pesa sobre mí –como sobre el resto de los artistas, en
cualquier disciplina- la obligación de sostener económicamente a todo el
sistema con su multitud de personas que
hacen del arte su negocio aunque con el arte no tengan nada que ver.
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