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¿Qué
libro nunca olvidaré? Y, con mi memoria,
ninguno; soy Funes en versión mujer.
En mi caso reformularía la pregunta en qué libro desconocido no pude evitar buscar.
He reseñado
en tiempo real en este blog la búsqueda emprendida hace más de treinta años; el
razonamiento de las pistas, todos los fracasos devenidos en gratos
descubrimientos y el fortuito y milagroso reencuentro del año pasado. Lo resumo.
A mis diez
o doce años, mi casa de la infancia estaba siempre entre remiendos y mejoras con
albañiles dando vueltas por ahí. El
galponcito del patio servía de vestuario de los eventuales trabajadores, y ahí
uno de ellos olvidó un librito, sin tapa y sin las primeras y últimas páginas. No sé si ese obrero seguía viniendo a casa o
no, o si se había percatado de su pérdida, lo cierto es que apenas encontré el
librito me lo apropié sin culpa. Y leí cuatro historias breves (la primera sin
principio, la última sin final) donde era el asesino quién contaba el
cuento. Fue mi iniciación en los policiales. Lamentablemente, no se consignaban en sus
páginas ni autor ni título de la obra. Y
por aquellos años no había internet -ni la sospecha de que semejante portento
existiera alguna vez- por lo que no pude entonces subsanar esa omisión.
Leí tantas
veces ese librito roto por aquellos años que podía casi recitarlo literalmente de
memoria. Después, cuando yo andaba por
la escuela secundaria y había sucumbido a los poetas decadentistas franceses,
el librito se traspapeló y acabó desapareciendo bajo la sospecha de que mi mamá
lo tiró a la basura.
Ya en mi
vida universitaria y con la excusa de viajar diariamente a la Capital y a las
adyacencias de la Av. Corrientes y sus librerías de usado, empecé una obstinada
búsqueda de mi librito perdido de autor y título desconocidos. En mi lógica, empecé a comprar y leer autores
de policiales ingleses, convencida de que reconocería el estilo y desde ahí afinar
la búsqueda. Yo recordaba los nombres de
los personajes, los escenarios ingleses donde sucedían las historias, me
parecía bastante sensato mi criterio de atribución de autoría. Después me
desbandé, y universalicé mi parámetro de autor. En mi cruzada por ese
reencuentro acabé disfrutando de todo tipo de literatura, que una cosa siempre
lleva a otra y como prolija borgeana tengo por consigna que cualquier autor que
haya citado el Maestro debe ser leído. Y
como de Borges luego desarrollé una
profunda afición a Eco, fui conformando
mi biblioteca personal en esas tres vertientes: la literaria, la semiótica y la
policial.
El año
pasado cayó en mis manos un ensayo sobre el cuento policial argentino. Lo compré más para releer los relatos que
incluía de Bioy (aunque ya los tenía
en otras ediciones) que por la esperanza de nuevas pistas en la búsqueda de mi
Santo Grial. Y ahí apareció la mención
de Abel Mateo. Ahora sí está Google y al investigar a este
autor que no registraba mi radar obtuve una página de El Asesino Enamorado. ¡Era mi librito perdido! Finalmente, casi treinta y cinco años
después, había descubierto el autor y el título de mi libro perdido: El Asesino cuenta el cuento.
Después siguió
otra búsqueda, Mercado Libre por
medio, y a fines de julio de 2016 mi libro regresó a mis manos. Era la misma edición, con una encuadernación
que tiende a desprender los librillos de inicio y final juntamente con las
tapas. Releerlo fue maravilloso. Y cuando lo puse en mi biblioteca, con toda
la ceremonia que correspondía al caso, comprendí la gran cantidad de ejemplares
de novelas, cuentos y ensayos policiales que pueblan mis estantes como
consecuencia directa de la búsqueda de este librito. Tal vez era necesario que
lo perdiera, para que él pudiera provocarme el disfrute de la cacería de libros
hasta que en el tiempo debido nos volviéramos a encontrar.
Cierto, ahora
que lo reencontré extraño la caza, aunque la costumbre de hurgar en las
librerías ya se me convirtió (¡afortunadamente!) en un trastorno obsesivo
compulsivo que no permitiré que ninguna terapia cure.