La nada
misma. ¿Puede alguien (en serio, con fundamento y criterio)
opinar de absolutamente todo? Me temo
que soy un poco conservadora en ese aspecto, adhiero a la especialización como
preámbulo de la excelencia. Uno no puede
abarcar tanto sin perder la calidad que deviene de profundizar exclusivamente
en un área. ¡Perdón!, pero no compro el tutti frutti. Quién sabe de arte no puede saber también de
política, y de música, y de moda, y de arquitectura, y de literatura y de lo
que sea y sea y sea… Tanto es
nada. La nada misma.
Y me temo
que tampoco me importa la “conveniencia”
de mantenerme diplomáticamente
“amigable”
con personajes que hacen culto de su propia e incuestionable (según ellos) omnisapiencia. No sociabilizo haciendo cálculos
estratégicos, la eterna cuestión de que lo único que sirve son los “contactos” es
asunto que no hay forma que me entre en la cabeza y mueva mi voluntad. ¿No hay que pelearse con las celebrities de turno que digitan el qué
dirán? Bueno, me doy por avisada. Pero me tiene por completo sin cuidado.
Por
supuesto que no me peleo con nadie.
Simplemente, me voy. Mi escaso
tiempo lo comparto con la gente que me interesa. No es que sea reacia a sociabilizar, sólo soy
selectiva. Y dado que sostengo –lo que creo con honestidad- que el valor
de un artista lo determina su obra y no su popularidad personal o el manejo
publicitario de su nombre, poco importa con quienes me vinculo o los ambientes
que frecuento.
¿Qué gano
con esta actitud? Supongo que tiempo
para pintar. ¿Qué pierdo? Me dicen que oportunidades, que de tanto
desperdicio ya se me fue el tren de las posibilidades. Que he hecho todo mal. Que no he sabido cultivar favores. Que cada vez que la fortuna golpeó mi puerta
opté por escaparme por la ventana. Puede
ser. Tal vez debería sentirme mal por
eso. Pero ha habido fallas en mi educación
y la culpa, presunta y retrospectiva, es una materia que no se incluyó en mi
currícula. Es lo que soy y esto es lo
que hay.
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