Jamás una palabra de aliento, de apoyo, de
comprensión. Nunca una voz amiga que
sostenga cuando la duda inmoviliza y amaga a partirnos las piernas. Y uno se acostumbra a esa solitaria y
obcecada convicción. Sabemos que no se
nos toma en serio, que se nos cree ridículos, caprichosos, infantiles. Alguna vez peleamos, discutimos, luchamos para que se nos entendiera. Después nos
cansamos o nos aburrimos. Después no nos
importó más.
¿Lo que
nos queda es resentimiento? ¿O sólo se
trata de memoria? ¿Recordar todo –absolutamente
todo- es una forma de venganza? Es lo
que fue y es lo que es. Así de simple.
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