lunes, 17 de abril de 2017




     Cuando propuso un brainstorming a punto estuve de pararme e irme.  Eso después de darle un golpe en la cabeza por estúpido. Estábamos hablando en serio, de problemas concretos cuyas soluciones –obvias- no requieren exceso de creatividad.  No estábamos impartiendo una charla motivacional, se trataba de que alguien pagara una deuda vencida y harto reclamada y acabar un conflicto básico entre dos personas que viven de su trabajo.  Brainstorming…


     ¿Qué extraña fascinación, próxima a la magia tribal, generan las nuevas palabras que la moda impone a las generaciones más jóvenes?  El dame-cinco minutos-que-trato-de-armar-un-plan-de-pago-que-puedas-cumplir es hoy un brainstorming, una “tormenta de ideas”, una propuesta de conversión de un deudor moroso en un tercerizado pro-activo  emprendedor independiente.  Bla, bla, bla, y la estupidez absoluta se apoderó definitivamente del mundo.







     El sentido común fue absorbido por un discurso hueco y abstracto y a la realidad real se la fagocitó la apariencia circunstancial y evanescente. Si, seguramente él con su pensamiento lateral y sus ideas en tormenta tiene más adeptos entusiastas que alguien que se limita a hacer las cosas que hay que hacer como se han hecho siempre.  Es paradójico que yo –que en mi otra vida sólo tengo espacio para la creatividad- de este lado promulgo soluciones simples, prácticas y tradicionales.  Te debo dinero, entonces te pago.  No creo que exista originalidad que exima de cumplir con la palabra dada.  Pero no asisto a charlas TED, así que, ¿qué puedo saber yo?









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