Cuando propuso un brainstorming a punto
estuve de pararme e irme. Eso después de
darle un golpe en la cabeza por estúpido. Estábamos hablando en serio, de
problemas concretos cuyas soluciones –obvias- no requieren exceso de
creatividad. No estábamos impartiendo
una charla motivacional, se trataba de que alguien pagara una deuda vencida y
harto reclamada y acabar un conflicto básico entre dos personas que viven de su
trabajo. Brainstorming…
¿Qué extraña fascinación, próxima a la magia tribal, generan las nuevas
palabras que la moda impone a las generaciones más jóvenes? El dame-cinco
minutos-que-trato-de-armar-un-plan-de-pago-que-puedas-cumplir es hoy un
brainstorming, una “tormenta de ideas”,
una propuesta de conversión de un deudor moroso en un tercerizado pro-activo emprendedor independiente. Bla, bla,
bla, y la estupidez absoluta se apoderó definitivamente del mundo.
El sentido común fue absorbido por un discurso hueco y abstracto y a la
realidad real se la fagocitó la apariencia circunstancial y evanescente. Si,
seguramente él con su pensamiento lateral y sus ideas en tormenta tiene más
adeptos entusiastas que alguien que se limita a hacer las cosas que hay que
hacer como se han hecho siempre. Es
paradójico que yo –que en mi otra vida sólo tengo espacio para la creatividad-
de este lado promulgo soluciones simples, prácticas y tradicionales. Te debo dinero, entonces te pago. No creo que exista originalidad que exima de
cumplir con la palabra dada. Pero no
asisto a charlas TED, así que, ¿qué puedo saber yo?
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