¿Se
pierden oportunidades al insistir –contra todo consejo- en hacer las cosas como
uno quiere? Probablemente. De hecho,
constato en este rato que evidentemente sí.
Una amiga me
envía un enlace de Facebook con muchas fotos del último evento del
Hipódromo. Primero se burla: “Pude identificar a todos los artistas
participantes menos a vos, Urganda la desconocida”. Cierto.
No sólo asisto poco tiempo a los eventos, sino que he aprendido a evadir
cualquier foto o selfie social. Después
me condena: “Y por tu empecinamiento en
los vidrios tus obras no pueden ser bien fotografiadas por más empeño que ponga
el fotógrafo.”
Es una
vieja discusión, con ella, con mi marquero, con un montón de gente. El vidrio anti-reflex, aseguran, es el que
corresponde aplicar. Un poco más caro,
permite fotografiar la obra con absoluta fidelidad, con cualquier luz, desde
cualquier ángulo. Yo sostengo –y para mí
es evidente- que el grano del anti-reflex, esa sutil opacidad, esa mínima
restricción de nitidez, afecta la percepción de las texturas en mi obra. El anti-reflex, iguala, aplana, quita el
efecto de descubrir de cerca los caprichos del papel, el relieve de la pintura,
las fibras o las semillas incluidas en la base, el paso de la tinta en gel al
empaste del óleo. El vidrio común impide
la buena foto pero permite al espectador directo la aventura del descubrimiento
y el compartir el juego del autor.
Pero veo
las fotos de la muestra y acepto: mi obra es la que menos luce en
imágenes. Me consuelo (y me mantengo en mi
tozuda postura) pensando que el eventual espectador que se detuvo frente a mis
chicas de Burlesque pudieron
disfrutar de la realidad de la mixed media. Un encuentro personal inolvidable.
El pasado lunes me contacta vía mail un
presunto coleccionista del Soho neoyorkino (“Hola Gaby,Todo Bien? My wife and I will be in BsAs this
week and would like to see some more of your work. Do you work with any of the
galleries on Arroyo? If not can we arrange a visit to your taller? Thanks”).
Tras explicarle que no me manejo con galerías ni representantes acuerdo un encuentro para el viernes, el que finalmente se frustró por culpa
del paro sindical del jueves y el inminente viaje de vuelta de los
interesados.
¿Perdí la
oportunidad de promover mi obra por no estar dentro del sistema, por negarme a ceder
el control de mi vida a una galería que me tratará según su manual y a su
exclusiva conveniencia? Es más que
probable. Pero la ventaja de ser un
ratón de biblioteca es que uno tiene siempre a mano un fraseario ajeno para justificar
sus empecinamientos. Y aunque no sea él de
los que gozan de mi mayor simpatía, la arrogancia de Picasso me ayuda a salir del paso: Un pintor es un hombre que pinta lo que vende. Un artista, en
cambio, es un hombre que vende lo que pinta.
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