domingo, 9 de abril de 2017



     ¿Se pierden oportunidades al insistir –contra todo consejo- en hacer las cosas como uno quiere? Probablemente.  De hecho, constato en este rato que evidentemente sí.

     Una amiga me envía un enlace de Facebook con muchas fotos del último evento del Hipódromo.  Primero se burla: “Pude identificar a todos los artistas participantes menos a vos, Urganda la desconocida”.  Cierto.  No sólo asisto poco tiempo a los eventos, sino que he aprendido a evadir cualquier foto o selfie social.   Después me condena: “Y por tu empecinamiento en los vidrios tus obras no pueden ser bien fotografiadas por más empeño que ponga el fotógrafo.”





     Es una vieja discusión, con ella, con mi marquero, con un montón de gente.  El vidrio anti-reflex, aseguran, es el que corresponde aplicar.  Un poco más caro, permite fotografiar la obra con absoluta fidelidad, con cualquier luz, desde cualquier ángulo.  Yo sostengo –y para mí es evidente- que el grano del anti-reflex, esa sutil opacidad, esa mínima restricción de nitidez, afecta la percepción de las texturas en mi obra.  El anti-reflex, iguala, aplana, quita el efecto de descubrir de cerca los caprichos del papel, el relieve de la pintura, las fibras o las semillas incluidas en la base, el paso de la tinta en gel al empaste del óleo.  El vidrio común impide la buena foto pero permite al espectador directo la aventura del descubrimiento y el compartir el juego del autor.

    Pero veo las fotos de la muestra y acepto: mi obra es la que menos luce en imágenes.  Me consuelo (y me mantengo en mi tozuda postura) pensando que el eventual espectador que se detuvo frente a mis chicas de Burlesque  pudieron disfrutar de la realidad de la mixed media.  Un encuentro personal inolvidable.






     El pasado lunes me contacta vía mail un presunto coleccionista del Soho neoyorkino  (“Hola Gaby,Todo Bien? My wife and I will be in BsAs this week and would like to see some more of your work. Do you work with any of the galleries on Arroyo?  If not can we arrange a visit to your taller? Thanks”).  

     Tras explicarle que no me manejo con galerías ni representantes acuerdo un encuentro para el viernes, el que finalmente se frustró por culpa del paro sindical del jueves y el inminente viaje de vuelta de los interesados. 


     ¿Perdí la oportunidad de promover mi obra por no estar dentro del sistema, por negarme a ceder el control de mi vida a una galería que me tratará según su manual y a su exclusiva conveniencia?  Es más que probable.  Pero la ventaja de ser un ratón de biblioteca es que uno tiene siempre a mano un fraseario ajeno para justificar sus empecinamientos.  Y aunque no sea él de los que gozan de mi mayor simpatía, la arrogancia de Picasso me ayuda a salir del paso: Un pintor es un hombre que pinta lo que vende. Un artista, en cambio, es un hombre que vende lo que pinta.  













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