Estamos
rodeados de estúpidos. De estúpidos
mediocres, si debo dar más detalles; una variedad de estúpido de lo más
invasiva y nefasta.
El
estúpido mediocre es muy dañino, a conciencia y con empeño quiere siempre
nivelar para abajo. Suele colocarse en
cómodas posiciones de pseudo poder (poder
burocrático, sumum del sumun de la mediocridad) y desde ahí hacer
despliegue manifiesto de su estupidez.
¿Qué
hacer? ¿Cómo enfrentarlos? Son legión…
Estoy
despotricando silenciosamente y en soledad en una mesita de Starbucks,
abrazada –como dice el tango- a mi macchiato
caramel con leche descremada. Me interrumpe en mi mal humor una carcajada
contagiosa que viene desde los silloncitos del otro extremo del salón del
primer piso de Callao y Santa Fe. Estoy
muy indignada, enroscada en mi disgusto, pero igual me vence la sonrisa ante esa risa tan ferozmente
auténtica. Como una repentina y ruidosa
tormenta de alegría que me lleva puesta y me empapa en contra de mi voluntad.
No llego
a ver a quién ríe (limitaciones de mi miopía
y de mis lentes con patas rotas sujetas con cinta de papel que me prohíbo usar
en público), pero sigue riéndose y es evidente que ha aligerado el ánimo de
toda la concurrencia. Me cuesta volver a
mi justificado enojo. Me digo que el
influjo maligno de los estúpidos no es tan poderoso, si una carcajada desconocida
puede ahuyentar con tal facilidad su malevolencia. Me vino a la cabeza Eco y aquel asunto de la rosa. Lo busco al llegar a casa, y si la existencia
de los estúpidos termina dándome excusas para un rato en mi biblioteca, bueno, no hay mal que por bien no venga…
“La risa libera al aldeano del miedo al
diablo, porque en la fiesta de los tontos también el diablo parece pobre y
tonto, y, por tanto, controlable. Pero
este libro podría enseñar que liberarse del miedo al diablo es un acto de
sabiduría. (…) La risa distrae, por unos
instantes, al aldeano del miedo. Pero la
ley se impone a través de miedo, cuyo verdadero nombre es temor de Dios. Y de este libro podría saltar la chispa luciferina
que encendería un nuevo incendio en todo el mundo; y la risa sería el nuevo
arte, ignorado incluso por Prometeo, capaz de aniquilar el miedo. Al aldeano que ríe, mientras ríe, no le
importa morir, pero después, concluida su licencia, la liturgia vuelve a
imponerle, según el designio divino, el miedo a la muerte. Y de este libro podría surgir la nueva y
destructiva aspiración a destruir la muerte a través de la emancipación del
miedo. (…) Dijo un filósofo griego (que tu Aristóteles cita aquí,
cómplice e inmunda autorictas) que hay que valerse de la risa para desarmar la
seriedad de los oponentes, y a la risa, en cambio, oponer la seriedad. (…)”
Umberto
Eco,
El
nombre de la rosa, RBA Editores SA, Barcelona, 1993, páginas 447/449.
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