En su Une Saison En Enfer Rimbaud
refiere la “historia de uno de mis desvaríos”,
y aunque soy consciente del sacrilegio, no puedo evitar parafrasearlo tratando
de explicarme. Así funciona mi (confusa
y hereje) lógica. Lógica farnelliana.
Uno de
mis pocos amigos de siempre me pide un diseño para los logos navideños que
aplicará a sus regalos empresarios de este año.
Busco en mis archivos conociendo su gusto y el perfil de la empresa y
juego con la idea de unos elegantes Nutcrackers en tonos lavados y traslúcidos.. Inconscientemente recuerdo que él y yo nos
conocimos cuando cursábamos la secundaria y por pura asociación de ideas precisé el tiempo coincidente con mi profesora de música que pretendía que reconociéramos
el sonido de los fagots en el Vals de las flores del Cascanueces de Tchaicovsky. Así funciona mi
cabeza.
Y todo
bien hasta ahí, que tracé un par de ideas que le escaneé y le envié por mail, mandándome
poco después como quedó el definitivo enviado a la imprenta. Nada nuevo bajo el sol. Pero me quedó la idea revoloteando de ¡que
cosa fantástica resultaría un nutcracker con rollos de cocina! Las proporciones exactas. Una persistente idea (probablemente estúpida), que sólo puedo exorcisarla a través de las manos. Y empecé otro juego poco
práctico que –como de costumbre-me aparta de lo concreto que estaba haciendo en este momento.
Rollos de cocinas para piernas, torso y botas...
Pedazos de rollo y cartón corrugado para las cabezas...
Un pedacito de esas larguiruchas cajitas de cápsulas
de café para equilibrar clavícula y cuello...
Mas rollos para el cabello y las cápsulas de la sorpresa de los Huevos Kinder gigantes para agrandar el sombrero...
Trabajamos un poco los brazos
Y siempre, siempre, cuando ponemos algo de pintura
las cosas empiezan a tener forma….
Y si le agregamos los brazos, mejor. Vaya a sabe uno en que va a terminar esto....
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