Como se reconoce un error.
Puede que
lo sepamos, a nivel inconsciente, desde hace bastante rato, pero hay un instante
en el que la certeza de estar cometiendo un error nos inmoviliza impidiéndonos continuar por ese camino. Pasó hace un rato, cuando intentaba definir
con óleo la cabeza de la figura de mi nueva versión de las Américas. No. Pura y sencillamente no. Está todo mal y perdió el sentido. A la pila de las inconclusas, las insalvables, las que no deben ser, esas que no merece que le dediquemos más tiempo…
¿Dónde
estuvo la falla? ¿En volver sobre un
concepto – la serie Cartográfica- que ya estaba agotado, o hacerlo por la falsa
intención de postular la obra a un concurso?
¿Fue el sentir la falta de autenticidad en una obra surgida por mandato
externo y no por el puro placer interno de jugar? Hace demasiado calor para el análisis
concienzudo, y sólo sé que ya está, que hasta acá llegué y este trabajo a medio
hacer pasa al olvido del desinterés.
A
diferencia de la vida real, dónde uno tiene que conformarse con lo que hay y lo
que se puede, en la concepción de la obra uno puede aspirar siempre a más,
descartando todo intento que no esté a la altura de esas metas. En la vida se negocia, en el arte no.
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