Y no
puedo escaparme de los resúmenes, tintos más de agradecimiento que de
evaluación. Porque sí fue un buen año. ¿Cómo no serlo si lo pude empezar arrastrando
las suelas de mis zapatos una vez más por los corredores de El Prado?
Esperar a los reyes en Madrid…
Una cerveza frente al Coliseo…
Y demorarme (no lo suficiente, ¡jamás lo suficiente!) en los pubs londinenses…
No puede ser un mal año si uno tiene la fortuna de
deambular por Paris y regresar al Louvre en santa peregrinación (aunque, lo sigo repitiendo, la Ciudad Luz y yo no terminamos de trabar auténtica amistad)…
Y pegar la vuelta desde Barcelona, un clásico y una excusa para respirar por unos días el aire de una ciudad
que es otra de nuestras patrias definitivas:
Y volver
a casa, a una Buenos Aires que
adoro, para demostrar lo díscolo de mi corazón y su propensión al harem,
escapándome a esa otra ciudad del alma a resignarme por los años que se
amontonan. Pero volver a Rio de Janeiro compensó la exageración
de edad que me tocó cumplir este septiembre...
Mi alma
vagabunda tuvo un 2017 muy a su gusto.
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