Siempre
estamos hablando de las mismas cosas. O,
por lo menos, siempre tendemos a decir lo mismo sobre ellas. Será porque estamos condicionados por nuestro
lugar y nuestra cultura, determinados por nuestra historia personal y limitados
por el tiempo en que nos tocó vivir. O
no. Me han dicho que estamos destinados
a la evolución permanente. O no (conozco a varias personas que, sin lugar a
duda, han involucionado delante de mis ojos).
Lo cierto
es que mientras tomo velocidad y entusiasmo en la obra en la que trabajo, supuestamente
para postularla a la convocatoria del BID y concretamente porque estoy abusando
de todo lo que me divierte, justifico mi ausencia a un compromiso argumentando
mi necesidad de no desatender al hilo conductor que motiva lo que estoy
haciendo. Si bien mi anfitriona no me
pone en evidencia frente a otros, después me manda por mail un reto diciéndome que
trate de ser más original en mis mentiras.
“Quédate tranquila. No vas a perder el ´hilo conductor´ de una idea que
venís repitiendo en los últimos diez años”, me reprocha, mientras me
adjunta el recorte de una crítica de Resabio de Conquista que refiere exactamente lo mismo que, presuntamente, estoy tratando de elaborar conceptualmente con la obra que tengo
entre manos.
OK. Me someto ante la evidencia. Pertenezco al grupo que no evoluciona demasiado…
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