lunes, 29 de enero de 2018








     “Traumas de la infancia” como  explicación a todo.  Eso dice, y argumenta. Me quedo callada, ¿qué puedo opinar?  Si se trata de buscar excusas, podría recurrir a un millón de recuerdos infantiles que sobradamente irían bien con esa postura.  Pero el problema es que yo no creo que las experiencias traumáticas sean condicionantes de la obra.  Te condicionan la vida, no necesariamente la visión artística.  Si creo que la obra es independiente del autor, la psiquis del artista no es forzosamente participante del resultado de  su acción creativa.

     Pero los artistas más jóvenes (y más “conceptuales” ya que la vanguardia siempre es modernosa aun se contradiga)  gustan de dar mucho argumento,  un relato pormenorizado, y entonces explican y explican, bordeando la incoherencia, y recurren a la obviedad de los traumas infantiles.  Porque de chico tal cosa, porque yo vivía en tal lado, porque mi familia era, porque en la escuela me hicieron….  Y la obra como ilustración de supuestas vivencias personales que transforman al artista en protagonista central y excluyente. La obra como pretexto para la preponderancia del yo.  La juventud es egocéntrica, claro, pero pasa, eso es lo bueno.  Pasa y decanta, y los traumas se acumulan, los de la infancia y los del después,  y se convierten en ese bagaje que cargamos resignadamente y que dejamos en un rincón del taller cuando nos ponemos a trabajar.


     Cuando circunstancialmente estoy entre otros artistas tiendo a guardar silencio, sobre todo cuando la conversación se vuelve muy intelectualoide, muy endogámica.  Había, además, demasiado “artista” de formación universitaria (ahora que la formación académica se obtiene formalmente en una facultad), ¿qué puedo opinar yo que a lo sumo fui a algunas clases de taller de barrio a mis diez años?  Silencio total.  Todos estaban de acuerdo que pintaban para exorcizar sus traumas infantiles, ¿cómo les iba a decir que yo sólo lo hago por placer?   No podía perturbar su épica y estudiada pose trágica.








viernes, 26 de enero de 2018


     No es capricho ni falta de prudencia, es puro realismo.  No tengo ninguna chance de ser tomada en cuenta en una convocatoria de este tipo, y ninguna es nin-gu-na.  Llevo demasiados años compilando fracasos como para no haber decantado la realidad de la cosa.  Son muy pocos espacios a ocupar, los que habrán de ser seleccionados ya están digitados.  Alguien inexistente, de la periferia y sin contactos internos como yo definitivamente esta afuera de toda lista de candidatos. 

     Así que, ¿qué importa lo que yo ponga en mi postulación si ni siquiera habrán de leerla?  Me reprochan que igual debería armar un texto serio, sesudo, en terminología adecuada, grandilocuente, absurdo, muy conceptual.  Negociar un poco y adaptarme a lo que les gusta escuchar.  Insisto, ¿para qué?  Si de todas maneras no me van a leer.  Y a esta edad, pretender que yo deje de lado lo que soy para complacer a un grupo de seleccionadores que a priori no me van a considerar…  peras al olmo, mi amigo.  Peras al olmo.


    Armo una postulación y la envío.  Sin ningún tipo de expectativas.  ¿Por qué me tomo el trabajo entonces?  Quién sabe.  Siempre me rechazan, y ese consecuente fracaso en este tipo de convocatorias no ha afectado en nada ni la pasión ni la convicción que me genera mi obra.  Supongo que es una cábala: mientras me sigan rechazando yo seguiré pintando.  ¡Razón más que suficiente!









Proyecto PAPEL

Ser artista en Argentina implica varias premisas de base: a) no poder vivir del arte (aunque sospecho que eso es así en otros lados también), b) tener que trabajar de cualquier otra cosa para subsistir,  c) la combinación de a) y b) que significa que nunca hay tiempo ni demasiado dinero para poder elaborar la obra.  Con el plus de nuestras cíclicas crisis económicas y políticas, ser artista en Argentina es aprender a sobrevivir y crear con lo que hay y como mejor se pueda.

Como artista argentina, empecinada en serlo durante los últimos 30 años, he desarrollado la técnica de pintar con cualquier cosa sobre cualquier cosa.  Ya desde mis inicios, cuando el precio del aceite de lino y la trementina (en adorables y pequeños frasquitos en exhibición en la artística) los hacía inaccesibles, la opción del kerosene (recargado en botellas de vino) se volvió lo habitual para diluir el óleo.  De allá para acá, como el tango, todo ha sido cuesta abajo.

La tela en bastidor fue mutada por el cartón entelado, por el hardboard y, lógicamente, terminamos en cualquier papel.

¿Se puede hacer arte (del que toman en serio, del que puede mostrarse en galerías, para competir con esas monstruosidades sobre telas de dos metros por dos) sólo con papel?  ¿Podemos jugar a componer pequeñas esculturas con papel y los rollos de cartón del papel de cocina?  ¿Arte de bajo presupuesto, arte de carencia de recursos, arte de papel que parezca “artístico” y sea tomado en serio?

Esa es la propuesta.  Tratar de descubrir si se puede hacer arte (serio) de papel:





Resabio de Conquista (Serie Cartográfica)
Mixtura sobre papel artesanal con fibras y semillas naturales








Las Gracias Americanas (Serie Plagiaria)
Mixtura sobre papel industrializado y papel artesanal con fibras y semillas naturales intervenido con fuego







Versión libre y cartográfica de una Odalisca de Ingres (Serie Plagiaria)
Mixtura sobre passepartout de color (naranja)








Versión libre y cartográfica de una Odalisca de Fortuny (Serie Plagiaria)
Mixtura sobre passepartout de color (fucsia)








Le Cirque (Serie Burlesque)
Mixtura sobre papel artesanal batik intervenido con fuego








Burlesque Circus (Serie Burlesque)
Mixtura sobre papel artesanal batik y servilleta de papel impresa,  intervenido con fuego








Quartier Latin (Serie Burlesque)
Mixtura sobre papel industrializado, papel artesanal y papel encerado








                                                                    Caja de Frutillas
 (máscara estilo veneciano elaborada sobre caja de cartón de fraccionamiento de frutillas, trabajada con papel, cintas y fragmentos de bisutería, todo lo usado es material de descarte -basura-)

                 





Máscara con Bonete
 (realizada en papel sobre careta de cotillón de plástico)

                 





Caballito de Carrusel 
(realizado con cajas de cartón, rollos de cocina y servilletas de papel)

                      





La Recepcionista - Serie Chicas de Burlesque
 (realizada con rollos de cartón de papel de cocina y servilletas)


         



La Domadora - Serie Chicas de Burlesque 
(realizada en rollo de cartón de papel de cocina y servilletas)

             





La Marioneta - Serie Chicas de Burlesque 
(realizada en rollo de cartón de papel de cocina y servilletas)








martes, 23 de enero de 2018




























      Había prometido  ayudar a una amiga, en estos últimos días de vacaciones, a redondear una ponencia teórica para una presentación con fecha límite el primero de febrero.  Hemos colaborado con anterioridad y se nos da  fácil trabajar en equipo.  O se nos daba.  Esta vez ella tomó como eje de análisis la evolución del arte conceptual en lo que va del milenio y tarde recordamos que ese tema y yo somos incompatibles.

    Leal a mi compromiso, me propuse como mera correctora gramatical.  Pero ya sabemos que las restricciones sólo sirven para tentarme a violarlas.  Escogiendo material para ilustrar los argumentos no pude evitar la opinión:

-Porquerías.-  Ni se dignó a mirarme.  Seguí calificando: -Basura…, Basura…, Basura…–fui tildando foto a foto. Ahí sí me miró con cara de “no empecés”.  Tuve que argumentar: -No es arte conceptual, es oportunismo.  Oportunidad de usar la ignorancia ajena para llamar “arte” a lo que es el mero amontonamiento de cosas bajo un título arrogante. Y como la ignorancia da inseguridad, ningún espectador de esta pavada se atreve a decir en voz alta: ¡Basura!










     Recuperamos el debate de siempre: que yo no entiendo, que mido con una vara inadecuada; que el arte conceptual se centra en el discurso, en la provocación intelectual del espectador.  Que es otro lenguaje, otro código simbólico, otro tiempo y distinta aspiración de trascendencia.  No discuto eso, pero la mayoría de lo que se hace hoy no alcanza siquiera el rango de garabato de símbolo de aprendiz sin talento.  Es nada.  Oportunismo.  Lo fácil, lo que sea que esté a mano, sin respeto, sin pudor.  Cualquier cosa.   Literalmente: cualquier cosa.  Y si lo único que importa es el “concepto”, el discurso, el relato, bueno, escríbanlo en un cartel y no lo llamen “arte”.  Sólo concepto.  Sólo palabrerío.  Dejen al “arte” fuera de este juego de egos,  especulación y trampa.

     No me hace caso, y tratándome con odiosa condescendencia me pide que elija al menos las imágenes “más bonitas”, las fotografías más estéticas.  A ella tampoco le gusta el “arte conceptual” pero jamás lo diría en voz alta.  Es su negocio, no el mío.  El arte conceptual es de bajo costo, rápida ejecución y práctica y desaprensiva destrucción,  combinación  perfecta para los que se dedican a hacer dinero.  Porque los únicos que no forman parte del mercado del arte actual son los artistas (y el arte).















sábado, 20 de enero de 2018



     Como era previsible, nos salimos de la paleta restringida autoimpuesta al inicio.  Pero por muy poquito: tierras, algo de verde, una pizca de carmín.  Ante mi natural tendencia al exceso es un gran avance.
















viernes, 19 de enero de 2018



     Hasta acá venimos manteniendo la línea, apenas el desliz de un poco de rojo en la estampilla.  Veremos hasta dónde aguanto…













     De regreso en mi taller retomo la intención de restringirme los colores.  Al empezar es fácil limitarme al blanco, negro y dorado:
















lunes, 15 de enero de 2018







     Finalmente mi pequeña Café Paris llegó a destino, ¡qué alegría y que tranquilidad!, me habría dado mucha pena su extravío.  Aunque me cuentan que tuvo algunos problemas durante el trayecto:








     Espero que la curadora de #TAE 18, Kylie Fogarty, no se preocupe demasiado por estas contingencias lógicas del traslado por vía de correo postal (¡si ya es una maravilla que haya podido llegar!, el correo por mi parte del mundo no suele ser “tan” confiable…).  Además, creo que las arrugas y pliegues que Café Paris adquiriera en su largo viaje hacia tierras australianas conforman su identidad final, la impronta definitiva que exhibirá frente a los espectadores del evento.  Café Paris empezó conmigo pero terminó su composición durante el viaje.  Se exhibirá en abril tal como debía ser, independientemente (como corresponde) de lo que el artista haya pretendido en su momento.  La obra es un ente autónomo de su autor, y decide por sí sola cual es la imagen final que quiere mostrar frente a su espectador.  La obra manda.  Y está muy bien que sí sea.