sábado, 13 de enero de 2018






         ¿Qué es peor: ganar enemigos siendo honesta o ser tomada por estúpida porque nuestro exceso de cortesía nos veda llamar a las cosas por su nombre?

     Y aunque no me lo crean, tengo entre mi escaso círculo de personas muy queridas a varios art-dealers, curadores, galeristas y sus híbridas variantes.  Pero ninguno de ellos ha pretendido jamás convencerme de que me hace un favor o pondera mi obra por encima de la de sus otros clientes.  Son business, sólo business, con  reglas de business.  Mientras eso quede claro no tengo ningún problema con  nadie.









     Lo que me desquicia –y hace que ponga en duda mi regla máxima de la cortesía por encima de todo- es cuando aparece alguien auto-titulado perteneciente al alto mercado del arte, alguien que según dice es alguien, y me habla como si yo fuera una idiota que va a tomarle en serio que él puede hacer "la diferencia".  Que con su gracia magnánima y porque los hados repentinamente me han favorecido, hará tal o cual operación que me catapultará a dónde dice están los muy pocos.  Claro, los tiempos son difíciles, la economía mundial y las crisis nacionalistas, que el brexit, Tabarnia  y el loco de Norcorea, que con Trump nunca se sabe, y bla-bla-bla, y que el dinero para la susodicha operación lo tengo que poner yo.  Dólares.  Efectivo.  Todo por adelantado.  Es mucho pero es una inversión.  Hay que jugar para ganar.  Más bla-bla-bla de vendedor que subsiste por la comisión.









     Me aburro, y no quiero ser grosera pero, ¿cómo evitarlo?  Estos presuntos marchand, o como quiera que la moda vigente los llame, realmente le venden estas fantasías a alguien?  ¿Obtienen  que les  pongan las montañas de dinero que pretenden?  Sí, supongo que hay gente a la que le gusta dejarse engañar y que le sobra recursos como para tirarlo en lo que le plazca.  Pero estas personas no son artistas. Sean lo que sean, lo que no son es artistas. Estoy convencida de eso.  Ser artista y ser estúpido me sabe incompatible.  




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