¿Qué es peor: ganar enemigos siendo honesta
o ser tomada por estúpida porque nuestro exceso de cortesía nos veda llamar a
las cosas por su nombre?
Y aunque
no me lo crean, tengo entre mi escaso círculo de personas muy queridas a varios
art-dealers, curadores, galeristas y sus híbridas variantes. Pero ninguno de ellos ha pretendido jamás convencerme de que me hace un favor o pondera mi obra por encima de la de sus
otros clientes. Son business, sólo business, con reglas de business. Mientras eso quede
claro no tengo ningún problema con nadie.
Lo que me
desquicia –y hace que ponga en duda mi
regla máxima de la cortesía por encima de todo- es cuando aparece alguien auto-titulado
perteneciente al alto mercado del arte,
alguien que según dice es alguien, y
me habla como si yo fuera una idiota que va a tomarle en serio que él puede
hacer "la diferencia". Que con
su gracia magnánima y porque los hados repentinamente me han favorecido, hará tal o cual
operación que me catapultará a dónde dice están los muy pocos. Claro, los tiempos son difíciles, la economía
mundial y las crisis nacionalistas, que el brexit,
Tabarnia y el loco de Norcorea, que con Trump nunca
se sabe, y bla-bla-bla, y que el dinero para
la susodicha operación lo tengo que poner yo. Dólares.
Efectivo. Todo por adelantado. Es mucho pero es una inversión. Hay que jugar para ganar. Más bla-bla-bla de vendedor que subsiste por la comisión.
Me
aburro, y no quiero ser grosera pero, ¿cómo evitarlo? Estos presuntos marchand, o como quiera que la
moda vigente los llame, realmente le venden estas fantasías a alguien? ¿Obtienen que les pongan las montañas de dinero que pretenden? Sí, supongo que
hay gente a la que le gusta dejarse engañar y que le sobra recursos como para
tirarlo en lo que le plazca. Pero estas
personas no son artistas. Sean lo que sean, lo que no son es artistas. Estoy
convencida de eso. Ser artista y ser
estúpido me sabe incompatible.
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