´
Este
diálogo (editado con las licencias que me
corresponden en compensación al precario anonimato que le conservo) se ha
producido por mail, ya que en este momento estamos circunstancialmente en países
distintos. Pero aun dándose en impávidas letras sans serif sobre fondo blanco le veo los gestos ampuloso de las manos y escucho sus
volubles tonos de voz, haciendo que cada palabra signifique otras tantas cosas. Él empieza, obviamente, reprendiéndome por mi
último posteo:
-¿Necesitás, de
verdad, hacer ese tipo de comentarios? ¿Qué ganás? ¿No se supone que tu bonito blog es un
diarito de artista dónde contás qué pintás, qué te inspira, lo que querés
significar, en que sitios importantes se cuelga tu obra y la sugerencia
indirecta de lo bien que quedaría en el living del inteligente comprador que
venga a buscarla ahora que todavía la tenés vos, que cuando pase a manos de un astuto
galerista le va a salir diez veces más?
¿Es necesario que te pongas en contra a tanta gente?
Desde la
pantalla de mi notebook, repantigada en una reposera, percibo el retintín
burlón en su “bonito blog” y en el “diarito”. ¡Diarito!
Eso es una provocación directa.
-En un diario
personal se supone que uno desahoga sus dolidas intimidades-
respondo en electrónica epístola. –La trinchera literaria, ¿te acordás? Así argumentábamos cuando aceptábamos que si
hacia afuera había que negociar para sobrevivir, para adentro nos debíamos la honestidad y la lealtad hacia nosotros mismos. Una mínima y
privada cuota de coherencia. Y conste que no me estaba refiriendo a vos, ya que
nunca pretendiste hacerme creer que hacías algo por mí sino por el dinero que
pudiera pagarte por tus servicios.
-¡Querida!- me reprende y visualizo su
papada bambolearse como péndulo mientras sacude la cabeza en un gesto de
resignación ante mi infantil obstinación.
Debe haber revoleado los ojos antes de seguir escribiendo, intuyo que
con un atisbo de sonrisa benévola porque en el fondo, muy allá en el fondo, nos queremos
un poco. –No podés entender que personas
como vos no son interesantes para los que integramos el mercado del arte. Acá se vive de los que quieren parecer
artistas a cualquier precio y que, por ende, nos pagan cualquier precio por
ello. Los que nos dan de comer son los
aficionados y los manufacturados en serie por las escuelas de arte. Los que suponen que esto funciona bajo la
lógica de oferta y demanda, los que se adaptan a las modas y producen lo que se
puede vender. No vas a decirme que crees
que esto funciona con la gente que sí hace arte, o con la que sí sabe de arte,
o la que al menos entiende su trascendencia.
Querida… vendemos a los que no
saben nada cosas que no valen nada, que las compran porque ya la compró otro
antes que sabe aún menos pero que tampoco va a discutir mérito estético o
calidad compositiva porque no existen esos términos en su reducido vocabulario Esto es un juego de advenedizos ignorantes
con ínfulas de pertenecer y de parecer. Y con dinero, claro, sino no los
dejamos jugar. Nada es real, ni profundo,
ni remotamente cierto. En esto, te
imaginarás, no intervienen artistas de verdad, con todos esos rollos existenciales
que suelen traer; demasiada complicación.
A nosotros nos alcanza con que hagan un poquito de cualquier cosa, que más o menos parezca, que disimule, que un
parloteo conceptual lo sostenga por un rato.
Y ahí venís vos pretendiendo llamar a las cosas por su nombre y
exigiendo que al arte se lo tome con la seriedad que corresponde, ¿cómo no te
vamos a ignorar y a mantenerte fuera, cuanto más lejos mejor? Querida mía, estás empecinada en no entender de
qué va realmente este asunto.
A esta
altura estoy indignada pero riéndome, más cuando lo imagino parpadeándome repetidamente sobre sus enormes y saltones ojos claros, como el enanito enamoradizo de la Blancanieves de Disney. Sí, lo veo con su mejor expresión
bonachona e inocente mientras sostiene su práctica y cínica ideología mercantil. Él no vende arte, él vende lo que cualquier estúpido
acepta que es arte porque ya lo dijo alguien, cualquiera (otro estúpido), qué importa, mientras
la convicción signifique una buena y beneficiosa operación comercial. El vende lo que le compran. “Soy un
tendero” siempre ha reconocido sin el más mínimo pudor.
Mi último
mail hace las paces, porque le reconozco que él sí sabe de arte, aunque jamás
permita que ese conocimiento se inmiscuya en sus negocios. Business
are business lo escucho sentenciar a la distancia. Business
are business.
No hay comentarios:
Publicar un comentario