“Traumas de la infancia” como explicación a todo. Eso dice, y
argumenta. Me quedo callada, ¿qué puedo opinar?
Si se trata de buscar excusas, podría recurrir a un millón de recuerdos
infantiles que sobradamente irían bien con esa postura. Pero el problema es que yo no creo que las
experiencias traumáticas sean condicionantes de la obra. Te condicionan la vida, no necesariamente la
visión artística. Si creo que la obra es
independiente del autor, la psiquis del artista no es forzosamente participante
del resultado de su acción creativa.
Pero los
artistas más jóvenes (y más “conceptuales” ya que la vanguardia siempre es modernosa aun se contradiga) gustan de dar mucho
argumento, un relato pormenorizado, y entonces
explican y explican, bordeando la incoherencia, y recurren a la obviedad
de los traumas infantiles. Porque de
chico tal cosa, porque yo vivía en tal lado, porque mi familia era, porque en
la escuela me hicieron…. Y la obra como
ilustración de supuestas vivencias personales que transforman al artista en protagonista central y excluyente. La obra como pretexto para la preponderancia
del yo. La juventud es egocéntrica,
claro, pero pasa, eso es lo bueno. Pasa
y decanta, y los traumas se acumulan, los de la infancia y los del después, y se convierten en ese bagaje que cargamos resignadamente y que dejamos en un
rincón del taller cuando nos ponemos a trabajar.
Cuando
circunstancialmente estoy entre otros artistas tiendo a guardar silencio, sobre
todo cuando la conversación se vuelve muy intelectualoide, muy endogámica. Había, además, demasiado “artista” de
formación universitaria (ahora que la formación académica se obtiene
formalmente en una facultad), ¿qué puedo opinar yo que a lo sumo fui a algunas
clases de taller de barrio a mis diez años?
Silencio total. Todos estaban de
acuerdo que pintaban para exorcizar sus traumas infantiles, ¿cómo les iba a decir
que yo sólo lo hago por placer? No podía perturbar su épica y estudiada pose trágica.
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