Entre los pendientes reservados para los
cinco minutos libres que implican unos días de vacaciones en un lugar muy lindo
y aislado y con pésimo Wi-fi, tengo la lectura de material que anuncia “mejorar la comunicación visual, el
posicionamiento de branding y la expansión viral de la propuesta conceptual
artística”. Una más de tantas tonterías
que andan circulando, pero como me lo mandó alguien en cuyas buenas intenciones
creo y a quien suponía con cierto grado de sentido común, me detengo y lo leo.
Como
siempre, el gurú de turno nos dice que los artistas debemos usar internet como
herramienta para dar a conocer nuestra obra. Bueno, cierto pero tarde. Ya lo sabemos y más o menos mal que bien
todos subimos imágenes a distintas plataformas
y redes, y tenemos la web como parte de
nuestro habitual territorio de acción.
Ningún descubrimiento por acá.
Sigue con el rollo del branding, con convertir a la persona en marca y no su producto o servicio, posicionar al que hace y no al objeto resultante. Más tarde todavía. Los artistas -desde el renacimiento, sino antes- desarrollamos el concepto de firma como distintivo de autor. Imponer la firma, se decía, implicando el estilo y el discurso creativo. En el arte inventamos el brandig. Leonardo haciendo las esculturas de mazapán para decorar las mesas de banquete de Ludovico el Moro, Miguel Angel diseñando la estructura de un domo, Dali concibiendo el logo de los Chupa-Chups. El artista saliéndose por un rato del caballete para ir a poner su impronta en cualquier otra cosa. Eso es branding, caballeros, y lo inventaron los artistas. No necesitamos que nos lo venga a explicar nada al respecto.
Y después se dedica al asunto de la “viralidad”,
lo que traducido a la realidad real significa masividad indiscriminada. Trucos de webmaster para hacer que cualquier
cosa rebote y sea –tramposamente- reproducido muchas veces, se entienda o no,
se aprecie o no, sea realmente visto o no.
O sea: que parezca que algo interesa a mucha gente cuando probablemente
todo sea el resultado de un algoritmo astuto que multiplica índices y hace
escalar posiciones en los grandes buscadores. Una imagen falsa de algo que no es y que por
un rato (un rato muy breve, casi fugaz) podría dar la impresión de que algo es MUY
popular. Ahora bien: ¿el arte pretende
ser popular o pretende ser arte? ¿El
arte es para cinco minutos de presunta fama
o propende a quedar como memoria cultural del tiempo en que fue concebido? El arte –el de verdad- y la viralidad prefabricada con habilidad de hacker son
incompatibles. La viralidad del arte es La
Gioconda en las latas de dulce de batata, y eso no se hace en dos días,
se construye con autenticidad y tiempo.
Sin trampas.
Confirmado mi prejuicio de que el palabrerío es palabrerío, que no existen recetas mágicas para nada y que lo único que sirve es mucho trabajo, desbordante pasión, y toda una vida entregada a un único amante desaprensivo (el arte) para poder tener la esperanza de que uno transita el camino correcto (hacia ninguna parte).
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