viernes, 6 de julio de 2018








   



     Recibo el mail y contengo la respiración un rato antes de animarme a abrir el archivo de fotos adjunto.  Soy un gato escaldado, desconfío.  La supuesta muestra itinerante que parecía limitarse a “itinerar” en un único lugar (en el piso de un único lugar) finalmente ha avanzado a una segunda exhibición.  Me da miedo que sea en la alfombra de alguna oficina gubernamental.  Pero soy valiente –y estoy curada de espanto: una artista que se empecina en mostrar su obra forzosamente acumula colección variopinta de maltratos- y abro el archivo.


     Y no, no nos pusieron en el suelo esta vez; avanzamos: estamos en las puertas de los armarios… Y no se incluyeron data de autoría ni nacionalidad de los artistas (detalles, detalles).   No, no me quejo. Es sólo que cuando vendieron la convocatoria parecía que las obras iban a ser tratadas como obras y al denominar “paseo” a la puesta parecía que hablaban de un espacio de apacible visita pública, un ámbito de recorrido cultural, social, quizá educativo, o, como mínimo, de esparcimiento familiar; no los pasillos al archivero de un conjunto de cubículos de actividad  burocrática.  Tal vez entendí mal yo y nunca nos prometieron más que esto…


















































































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