Recibo el
mail y contengo la respiración un rato antes de animarme a abrir el archivo de
fotos adjunto. Soy un gato escaldado,
desconfío. La supuesta muestra
itinerante que parecía limitarse a “itinerar”
en un único lugar (en el piso de un único lugar) finalmente ha
avanzado a una segunda exhibición. Me da
miedo que sea en la alfombra de alguna oficina gubernamental. Pero soy valiente –y estoy curada de espanto: una artista que se empecina en mostrar su
obra forzosamente acumula colección variopinta de maltratos- y abro el
archivo.
Y no, no nos pusieron en el suelo esta vez;
avanzamos: estamos en las puertas de los armarios… Y no se incluyeron data de autoría ni nacionalidad de los artistas (detalles, detalles). No, no me quejo. Es sólo que cuando vendieron
la convocatoria parecía que las obras iban a ser tratadas como obras y al
denominar “paseo” a la puesta parecía que hablaban de un espacio de apacible
visita pública, un ámbito de recorrido cultural, social, quizá educativo, o, como mínimo, de esparcimiento familiar; no los pasillos al archivero de un conjunto de
cubículos de actividad burocrática. Tal vez entendí mal yo y nunca nos
prometieron más que esto…
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