jueves, 7 de enero de 2021

 






     ¡Qué ingenuidad creer que el cambio de año traería algo de esperanza de normalidad!  2021 se anuncia tan fatal como su nefasto antecesor…

 

     Me siento ante la pantalla de la notebook con la intención de ir organizando la actividad del primer semestre.  Varias galerías y art-dealers intentan montar muestras presenciales controladas, pequeños eventos, exhibiciones off y on line a un tiempo, muchas interesantes y a considerar.  En paralelo, la radio anuncia nuevos cierres de fronteras y toques de queda (o “toques sanitarios”, como los llaman por estos lados para saltarse impunemente la Constitución Nacional), desplegando la sombra negra de muy probables  nuevos cierres generales.  Cualquier actividad que hoy se prevea para pocos días adelante tendrá la consabida Espada de Damocles amenazándola desde arriba.  Y seguramente cayéndole encima.






 

     La absoluta incapacidad de controlar nada condiciona las decisiones.  Mover la obra es caro, máxime cuando la reducción de actividad económica acota el presupuesto y uno sigue comiéndose las reservas.  ¿Vale la pena arriesgarse a programar, pagar los costos, y que los vaivenes de la pandemia  cancelen todo lo armado?  Y si no los cancela, que los reduzca a meras acciones virtuales que por masivas ya han saturado todo el interés de los eventuales espectadores.  ¿Vale la pena?  Ya no sólo tenemos que evaluar la conveniencia artística y la posibilidad financiera, también hay que ser clarividente para ver que chance existe de evadir momentáneamente los tentáculos del Covid.  A mí, personalmente, ya no me da la cabeza para tanto.

 







     La sensatez práctica diría no hacer nada hasta que todo pase, pero ¿y si no pasa o si somos nosotros los que no pasamos y nos quedamos en el camino?  Si esta va a ser la única realidad por un tiempo largo -o este es el único tiempo que tenemos, porque en verdad sólo somos presente- no hay más opción que adaptarse y correr riesgos.  En la vida nunca hay garantías y vivir es saltar al vacío.    En nuestro caso, ¿qué podíamos perder?  Dinero y obras.  Y ya hemos perdido tanto de ambos en el pasado que si lo pienso bien no estaría haciendo nada distinto a lo que he hecho toda mi vida.   






















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