jueves, 12 de julio de 2012

 
 
 
     En días de tanta actividad (o de brote psicótico, vaya uno a saber), pareciera que el tiempo fluye a demasiada velocidad. No temo perder las imágenes, sin embargo. He comprobado con el correr de los años que cada obra tiene su ritmo interno y su propia memoria conceptual. Puedo yo distraerme pero ellas no. Cada una sabe pedir lo que necesita y poner límites a mi naturaleza excesiva. Cada una sabe como ordenarme parar cuando ya es hora de firmar e independizarme de ella. Cuando ese “vínculo” (de algún modo hay que llamarlo) no se produce, cuando la obra no sabe o no puede autodelimitarse termino volviéndome errática, el trabajo en ella no me atrae, me disperso en otras cosas, y pasa pronto al cúmulo de inconclusas que abundan sin lugar fijo en mi taller.

     A riesgo de sonar totalmente desquiciada, realmente existe ese “vínculo” inconsciente, o meramente sensorial, con cada obra; un lazo formado por la percepción del color, el equilibrio interno de la composición, la gracia o movilidad de las líneas, el impacto visual del conjunto. Todo eso que no se analiza racionalmente pero que a nivel físico se siente. Yo de hecho lo siento en el estómago (como el vértigo). Cuando un trabajo no nos provoca nada, mejor dedicar el tiempo a otra cosa. Supongo que este criterio lo aplico también a las personas, y así me va. Tan huraña y antisociable… Exceso de selectividad.

     El dibujar (lo que sea) es una acción absolutamente placentera. Probablemente recupero mi memoria sensorial de la textura de una tela untuosa, la calidez de la piel, la suavidad mullida de mi gato, el corte de mi respiración ante cierta sonrisa deslizada lento y con malicia, mi risa tentada ante un gesto tan espontáneo que no permite réplica ni discusión. Cada sensación vuelve cuando trato de guiar el lápiz no solo para reproducir la forma obvia sino para registrar esa grata sensación, para mi y para cualquier otro espectador. Recordar el placer para provocarlo en otro. Es una linda justificación para algo tan poco práctico como el arte. El mundo podría existir sin artistas, tal vez. Pero los artistas somos buenos para el alma. Y sin alma la humanidad no subsistiría.



 
 
 
 
 
 

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