Estas obras, RETRATO EN CINEMASCOPE y RETRATO EN TECHNICOLOR , fueron de mis primeras obras personales, de composición y estética auténticamente mías. Recuerdo perfectamente el despectivo calificativo de "Son pósteres... no es arte." A los veinte años te duelen los pronunciamientos lapidarios de quienes buscás aprobación. Pero el dolor pasa –siempre- y la obra queda.
O a veces queda, porque estos dos cuadros-pósteres no quedaron: les pinté encima años después.
Uno de los retratos –no recuerdo cual- pasó a ser RUPESTRERIA I, obra que adoro y que conservo, con ese gato grande que me mira desde arriba y me dice con voz que intuyo gruesa y profunda: “¿Y vos que pensás hacer?”.
La culpa la tienen los soportes. En mi adolescencia se revistió con placas de korlok el comedor diario de la casa familiar y quedaron como remanente cinco o seis placas de un metro veinte por ochenta. Unas placas maravillosas, fáciles de apoyar sobre el par de sillas superpuestas que usaba como caballete en mis inicios y factibles de colgar en la pared sin necesidad de enmarcar. En esa época yo era una artista del “subdesarrollo” y había que aprovecharlo todo. Después fuimos “tercer mundo”, falso primero en los noventa y hoy “emergentes”. Pero la realidad tras la denominación de moda es que usamos lo que hay a mano. El nuevo milenio y la “conciencia verde” permite ennoblecer el utilitarismo plástico con el salvataje del planeta y el reciclado. Pero sigue siendo mero pragmatismo.
El Viejo Vizcacha decía que todo bicho que camina va a parar al asador, y toda superficie más o menos porosa va a parar a mi caballete.
Hoy en día (“artista emergente de conciencia ecológica” diría un buen publicista o un crítico new age para tratar de insertarme en el mercado) puedo darme el permiso de comprar materiales “normales” para trabajar. Y aunque lo hago habitualmente nada se compara con agarrar algo destinado a la basura y jugar a hacer magia. A tener el toque de Midas.
El arte le puede cambiar el destino a las cosas y la vida a las personas. Puede sonar pretensioso pero es reconfortante sentir que algo tan banal y económicamente inútil como el arte (las “naderías del arte” decía Borges en ese poema indebidamente célebre) puede interactuar con el entorno y en una muy chiquita medida modificar el mundo: hacerlo estéticamente mas acogedor.
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