domingo, 7 de octubre de 2012

  


MUSEO 


      A la pregunta… ¿Usted se psicoanaliza o se ha psicoanalizado?, debí contestar: “Sí, me he psicoanalizado.” Cuando no me psicoanalizaba, si por cualquier causa tenía dolor de cabeza, de estómago, de cintura, me decían: ´Estás somatizando´ y agregaban: ´Vos estás bastante enfermo. Tenés que psicoanalizarte´. Un día, para que me dejaran tranquilo, me psicoanalicé. Desde entonces nunca tuve un dolor, ni enfermé, ni nada me cayó mal, ni me sentí cansado. Este maravilloso bienestar me permitió comprender que una persona psicoanalizada es indestructible: no conoce los dolores ni la enfermedad. La conclusión es evidente. Una persona que se psicoanaliza, si lo hace bien, no puede morir. Estas reflexiones me llevaron al gran descubrimiento de mi vida: Freud, el padre, el gran maestro del psicoanálisis, no puede enfermarse y morir. Porque morir ha de ser, créanme, somatizar en serio. Evidentemente Freud ha de estar vivo, escondido en alguna parte. El motivo de estas líneas, ustedes lo adivinaron, es conseguir que un vasto número de personas haga circular un petitorio para que el padre del psicoanálisis vuelva a la cátedra, al consultorio, al seno de sus admiradores y amigos. Para que salga de su incómodo escondite y vuelva. El mundo lo necesita.” 

Adolfo Bioy Casares, Descanso de caminantes - Diarios Íntimos Editorial Sudamericana Buenos Aires 2001, pág.81/82






     “Mi padre era sastre y a veces ganaba hasta 18 dólares a la semana. Pero no era un sastre corriente. Su récord de sastre más inepto que Yorkville ha llegado a producir no ha sido nunca superado. Esta fama podría legar incluso hasta algún lugar de Brooklyn o del Bronx. La idea de que papi era sastre era una opinión que sólo él detentaba. Sus clientes le conocían por “Misfit Sam”. Era el único sastre del que he oído hablar que rehusara emplear la cinta métrica. Una cinta métrica estaba muy bien para un enterrador, sostenía él, pero no para un sastre que tenía la vista infalible de un águila. Insistía en que una cinta métrica era pura fanfarronería y un absurdo completo, añadiendo que si un sastre tenía que medir a un hombre, no tenía gran cosa de sastre. Papi alardeaba de que podía medir a un hombre con sólo mirarlo, y hacerle un traje perfecto. Los resultados de sus apreciaciones eran aproximadamente tan exactos como las predicciones de Chamberlain acerca de Hitler. Nuestro vecindario estaba lleno de clientes de papi. Era fácil reconocerlos por la calle, porque todos andaban con una pierna del pantalón más larga que la otra, una manga más corta que la otra o con el cuello del abrigo indeciso acerca del lugar donde debía apoyarse. El resultado inevitable era que mi padre nunca tenía dos veces el mismo cliente.”

Groucho Marx, Groucho y yo Tusquets Editores Barcelona 1995, pag. 22






     “…Claro, si aquel pobre cura los hubiera enseñado así, como si vinieran de la nada, nadie le habría creído. Pero una reliquia, para ser verdadera, ¿debía remontarse realmente al santo o al acontecimiento del que formaba parte? -No, sin duda. Muchas reliquias que se conservan aquí en Constantinopla son de origen dudosísimo, pero el fiel que las besa siente emanar de ellas aromas sobrenaturales. Es la fe la que las hace verdaderas, no las reliquias las que hacen verdadera a la fe. -Precisamente. También yo pensé que una reliquia vale si encuentra su justa colocación en una historia verdadera. (…) Baudolino sabía que una buena reliquia podía cambiar el destino de una ciudad, hacer que se convirtiera en meta de peregrinación ininterrumpida, transformar una ermita en un santuario. (…) Por la noche, los Reyes fueron transportados a una cripta de la iglesia de San Jorge, extramuros. Reinaldo había querido verlos, y estalló en una serie de imprecaciones indignas de un arzobispo. -¿Con bragas? ¿Y con esa caperuza que parece la de un juglar? -Señor Reinaldo, así vestían evidentemente en la época los sabios de Oriente; hace años estuve en Rávena y vi un mosaico donde los tres Magos estaban representados más o menos así en la túnica de la emperatriz Teodora. -Precisamente, cosas que pueden convencer a los grecanos de Bizancio. Pero, ¿tú te imaginas que presento en Colonia a los Reyes Magos vestidos de malabaristas? Revistámoslos. -¿Y cómo?- preguntó el poeta. -¿Y cómo? Yo te he permitido comer y beber como un feudatario escribiendo dos o tres versos al año, ¿y tú no sabes cómo vestirme a los primeros en adorar al Niño Jesús, Señor Nuestro? Los vistes como la gente se imagina que iban vestidos, como obispos, como papas, como archimandritas, ¡qué se yo!” 

Umberto Eco, Baudolino, Editorial Sudamericana SA 2008, pag. 141/144






En su cenáculo de la calle Victoria, el escritor -llamémosle así- Alberto Hidalgo señaló mi costumbre de escribir la misma página dos veces, con variaciones mínimas. Lamento haberle contestado que él no era menos binario, salvo que en su caso particular la versión primera era de otro. Tales eran los deplorables modales de aquella época, que muchos miran con nostalgia.” 

Jorge Luis Borges, Prólogo de El Otro, el Mismo, 1964




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