sábado, 20 de octubre de 2012




Origen del Silencio. Pese a que las malas leguas me acusan de disfrutar el “desaparecerme” intempestivamente sin alegar causa o motivo y reaparecer sin remordimientos después, el reciente silencio en mi blog fue debido pura y exclusivamente a un exceso de sociabilización. Lo que decanta en un creciente mal humor de proporciones antológicas. No pude pintar durante casi una semana. No tuve ni tiempo ni concentración ni paz. Y cuando eso pasa mi carácter (el verdadero, no la amable mascarita) se oscurece y brota mi versión personal de Mr. Hyde


      Desde siempre me pregunto como es posible que la gente de mi entorno no haga aunque sea un mínimo esfuerzo para evitar que me mute en este monstruo agresivo e insoportable aplicando el básico procedimiento de dejarme pintar tranquila. Cuando pinto, insisto, mi humor es luminoso y pacífico, me vuelvo hasta simpática. Casi puedo pasar por un ser humano normal. Pero no. Nadie es prudente. Se confabulan para entorpecerme la soledad, para aturdirme con toneladas de domesticidad absurda, para robarme la capacidad de concentración. Y logran volverme materialmente feroz. Si no puedo pintar, obviamente, pocas ganas tengo de escribir en este blog sobre todo lo que NO estoy haciendo. 

      Soy una artista LENTA: cada obra me lleva muchísimo tiempo. Me regodeo en el detalle, disfruto por sobre todas las cosas la ejecución, el mero hacer. Soy una artista DISPERSA: trabajo en demasiados proyectos a la vez; es inevitable, todo me provoca, todo me alucina. Soy una especie de filtro. Lo que llega a mí es procesado según mi código estético y racional y proyectado hacia fuera by farnell. Mi esencia de filtro quiere filtrar. ¿Por qué no me dejan hacerlo? Cuando no pinto me pongo tan alegre como un dragón enjaulado. ¡Córranse que los quemo! 

      Difícilmente este fin de semana mi humor mejore. Más sociabilización me está acechando por los rincones. Más vida de animal gregario. Quiero consolarme pensando que debe de existir un cupo de sociabilización forzosa (como el estúpido “cupo femenino”), una cantidad de horas al año que tengo que cumplir alternando civilizadamente con otras personas. Cubierto mi cupo obligatorio supongo que después soy liberada y puedo aplicar mi tiempo a lo que quiero (pintar) sin interferencias. Pero mi consuelo fracasa: queda la Navidad todavía y a mi ya no me queda capacidad de aguante… 

    Como burlándose de mi tragedia canta Serrat desde mi reproductor: No es verdad que me dé nauseas la Navidad…” No hay salida. Debería irme a vivir con el abuelito de Heidi.








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