miércoles, 3 de octubre de 2012

Raconto de noticias de RAGNARÖK

    Acabé la anexión de la Anfisbena a mi Buho Oráculo y a mi León Medusa. No se cuanta estabilidad ganó el conjunto pero las dos caras de mi serpiente me son simpáticas. Si bien hay detalles que voy a redondear cuando me aproxime a una etapa de “cierre”, cuando todo el conjunto esté montado definitivamente (o sea: cuando haya descubierto como incluir un búfalo o buey o animalito sólido de base que quisiera estuviera con sus patas delanteras en alto de modo amenazante), el grupo va tomado forma y perfilando los contrastes de colores. Y violando mi regla de no fotografiar trabajos no terminados subo una imagen de como va marchando, ya que debe sonar muy delirante el proyecto si uno no ve que realmente con servilletas de papel se puede ir edificando un tótem tribal.






     Buscando otra cosa en mi biblioteca encontré este pasaje sobre la bicha de dos cabezas:

  “-¿Anfis… qué? -Anfisbena. La serpiente de las dos cabezas. Anfisbena es una palabra compuesta procedente del griego que significa “que anda o que envuelve en dos direcciones”. Es el nombre que los griegos, siempre tan amantes del mundo maravilloso, daban a una serpiente a la que atribuían la facultad de andar para adelante o para atrás, puesto que como tenía un volumen igual a lo largo de todo su cuerpo pensaron que tenía dos cabezas, una en cada extremidad. -Pus quién lo habría pensado…- se sorprendió Isabelle, estupefacta. –Bien, sigamos en el terreno meramente zoológico… -No hay mucho más que añadir. Se supone que se trataba de un animal muy venenoso, que podía morder con las dos cabezas y cuyos ojos brillaban como candelas. Modernamente los naturalistas han tomado ese nombre para designar un género de serpientes de América y de las Antillas que tienen la singularidad de ser casi, casi cilíndricas, y de tener la cola tan grande como la cabeza. -Pero esa serpiente figura sobre todo en el bestiario medieval, ¿no es así? -En efecto. Los bestiarios, ya lo sabeís, eran recopilaciones de animales fantásticos, tales como el basilisco, los grifos, los dragones o el ave fénix, que estaban destinados a dar lecciones morales a los creyentes. Es en el bellísimo Bestiario de Cambridge, por ejemplo, de finales del siglo XII o principios del XIII, donde se afirma que, apoyando una cabeza en la otra, la anfisbena puede rodar en cualquier dirección, como un aro. Claro que también hay bestiarios modernos. Jorge Luis Borges, por ejemplo, incluye a la anfisbena en El Libro de los Seres Imaginarios, una obra publicada a finales de los años sesenta pero que constituye una actualización de anteriores trabajos sobre el mismo tema. -¿Qué más sabemos? -No sé, voy recordando… Sí, creo que fue Plinio quien cantó las virtudes medicinales de la serpiente capicúa. Y diría, casi estoy segura, que san Isidoro de Sevilla incluye la anfisbena en sus Etimologías… Ah, sí, hubo un inglés del siglo XVIII, sir Thomas Browne, que observó que no hay animal sin abajo, arriba, delante, detrás, izquierda y derecha, y por lo tanto, negó que pudiera existir la anfisbena, en la que ambas extremidades son anteriores. Creo que es Borges quien lo cuenta… -Pero ese animal ¿tiene algún significado concreto en el mundo del medievo?-pregunté yo, tan atónito como mi compañera-. Porque, claro, nos queda todavía el aditamento ese “del bien y del mal”. -Ah, claro, casi lo olvidaba. Hombre, tiene una clara significación dualista. -¿Cómo dices? -Sí, se supone que una de las dos cabezas de la anfisbena corresponde a Dios y la otra a Satanás. Nada de particular: el bien y el mal, la luz y las tinieblas, Dios y la materia, todo eso…” 

Antoni Dalmau, El testamento del último cátaro Ediciones Temas de Hoy, S.A., Madrid, 2006, pág. 237/238.





     En cuanto a La Lista de los Ángeles, ya tiré al rincón de los trabajos inconclusos el dibujo sobre papel reciclado que estaba haciendo de los primeros cuatro angelitos (Abdizuel, Baoxas, Cabarym y Dabrynos). Las figuras estaban más o menos bien –todos de espalda por eso de que los ángeles no la tienen-, los nombres con estética graffitti iba aunque le faltaba, pero el conjunto era un desastre, sin equilibrio y sin vértigo. Nada. Vuelta al principio. Pero dado que lo que más me gusta es dibujar (y dibujar con biromes o lapiceras de gel) me permito por las noches, en esos ratos muertos entre el último mate y el momento en mitad de la cena donde caigo casi inconsciente sobre la mesa, copiar angelitos medievales en mi libreta de apuntes a ver si entendiendo la morfología angélica puedo encontrar la clave para confeccionar mi lista personal. Los ángeles son complejos. Puede que se me escape su esencia por eso me evade la inspiración. Las musas (serafinas y querubinas) están de vacaciones.






     Mi La Santa Inquisición II – La Cruzada Albigense marcha muy lenta y muy satisfactoria. Trabajo con desnudos masculinos que –sospecho por no tratarse de ángeles- se aplican a las reglas de la anatomía humana de modo muy adecuado. Puede que sea un poco… (¿chocante?)... impactante, pero vamos bien y dan ganas de trabajar. Pero como el óleo me requiere cierta disponibilidad de tiempo y espacio, más la lentitud del secado, solo puedo trabajar en ella un par de días a la semana. Pero eso aumenta el disfrute y posibilita la contemplación. Insisto: Vamos bien.







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