Quinto error. Mi falta de nocturnidad.
Debe existir algún sesudo ensayo que trate y concluya respecto de la existencia de una estrecha vinculación entre el arte y la noche. Yo pude –de haber prestado debida atención- llegado también a esa conclusión cuando en el Parque Lezama, habiendo pasado medianoche, ya aprestándonos a levantar la muestra multidisciplinaria que había sido el Festival de Arte Joven (artistas visuales colgando de unas especies de arcos de madera, sobre un escenario performances y grupos emergente de rock) un hombre me buscó para comprar una de mis obras.
Fue pintoresco: él quería Rey de Copas II (segunda versión de La Muerte del Rey de Copas, una obra adorada y que tuvo un destino acorde y del que no voy a dar detalles jamás en este blog), pero cuando le dije el precio (no me acuerdo cuanto pero no debe haber sido mucho) él consintió siempre y cuando por ese mismo precio se llevara también Trampa (la obra reproducida al principio).
Sé que iba a decir que no, no por el dos por uno sino porque yo había vuelto a pintar al Rey de Copas para mí, para recordar el primero. El hombre insistió ronroneándole a mi ego: “Cuando seas famosas voy a vender una, pero la rubia con la máscara me la quedo porque me recuerda a mi ex. Por eso necesito llevarme las dos”. Mientras me preguntaba si volvería a pintar una tercera versión del Rey pensé que a ese hombre le interesaban de verdad para estar a las doce y cuarenta de la noche en mitad del Parque Lezama negociando su compra. Era raro, el resto de los expositores ya habían descolgado y a mí me apretaban las sandalias de taco alto tan poco propicias para caminar en una plaza después de toda la jornada que había arrancado allá por el mediodía. Acepté y allá fueron esas dos. Ni le pregunté el nombre a aquel hombre con fe en mi trabajo. Corría 1994.
Un par de años después, medio dormida atendí el teléfono de casa. Serían las once y media de la noche de un domingo. El curador de La Dama de Bollini (donde en ese momento exponía y donde, obviamente, yo no estaba cuidando mis asuntos) me llamaba argumentando que una pareja quería Hora de Cierre pero no llegaban al precio fijado por mí (¿doscientos pesos en el uno a uno?); que ofrecían un poco más de la mitad. Que qué decía yo a eso. ¿Y qué iba a decir? Medio dormida y de vuelta sorprendida por el horario en que a la gente se le da por comprar cuadros, le dije que lo manejara como mejor le pareciera a él, que si realmente querían la obra el precio era el que podían pagar. Ya sé, es muy probable que esa pareja (de la que tampoco nadie registró el nombre) pagara por encima de lo que yo pidiera en su momento y de lo que efectivamente percibí después. Pero yo soy un ser de la mañana, mi cerebro funciona mejor con luz natural. Y sigue pareciéndome mucho más importante –aun hoy- que alguien quiera comprar una de mis obras que el precio que pague por ella –o mejor dicho: el precio final que reciba yo- . (Ni qué decirlo: ¡Error!)
También fue una venta nocturna la de Paraísos Perdidos, pero esa fue más lógica: en un vernissage en La Manzana de La Luces cuando exhibí completa y en exclusiva la serie Borgeanas. Y la compró un amigo que ya conocía mi trabajo y ahí decidió la inversión al poder elegir entre toda la serie. Durante años la tuvo colgada en su lugar de trabajo (sospecho que aun debe tenerla en su actual despacho) y también en ese caso fue más importante saber que la obra iba a parar a manos de alguien que realmente la apreciaba y que la iba a disfrutar con la misma intensidad que yo disfruté al hacerla. Confirmé otra vez que más importante era el destino de la obra que el dinero que pagaran por ella. (¡ERROR IMPERDONABLE! Nada es más importante que el dinero ¿no?)
Con el correr de los años las ventas las he efectuado mayoritariamente por internet, a personas que
vieron mi trabajo en alguna galería virtual y me contactaron. Jamás les pregunté en que momento habían tomado la decisión, quizá también haya sido de noche. Como corresponde, no he guardado registro de la mayoría de mis ventas (puedo recordar la anécdota de la operación pero he perdido nombres, mail, paraderos) por lo que indagar sobre eso ahora es prácticamente imposible. Pero quizá, algún día, alguien caiga por este blog, vea la imagen de la obra que cuelga en una de sus paredes y me vuelva a contactar y me dé la oportunidad de preguntarle.
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