martes, 5 de noviembre de 2013

 
 
 
     Sigo pensando en cuanta responsabilidad me cabe en el consuetudinario rechazo de las galerías de Buenos Aires derivada del hecho de mi falta de “estado alpha” (una galerista me habló de esto –allá, hace siglos- cuando montaba mi primera muestra en un bar sureño y ¡so ignorante! la consideré una idiota). Mi obstinada renuencia a “parecer” artista ha generado que, aunque mi obra tal vez lo merezca, yo no tenga cabida en el medio por falta de “actitud”. Actitud mata aptitud. No porque vaya a cambiar a estas alturas –estoy demasiado grande, achanchada al buen gusto- creo que es un gesto de salud mental y madurez emocional asumir nuestros errores. Por eso voy a hacer una lista de lo que DEBERÍA HABER HECHO. La detallada lista de mis errores.



 
 
 
Primer error. El estado “alpha” y Café París.
 
     Allá en el 1990, en mi primera muestra individual en Café Paris, en Lomas de Zamora, debí no limitarme a colgar la obra y dejarla libre y sola para la apreciación de la concurrencia. La dealer (lo sé hoy, sumamente aficionada, pero yo literalmente estaba empezando ¿qué más podía pretender?) era una mujer excitada y estúpida. Hablaba rápido y con gran gesticulación, como si dirigiera el MOMA y el barcito lomense fuera la vidriera de la movida top del país. Me había hablado durante la cuelga del dichoso estado “alpha”, de ese supuesto ánimo fuera de sí para la creación artística que era -según ella- la suma de las energías cósmicas y la euforia espiritual, lo que el vulgo define como “ la inspiración”. Sospecho que hablaba del sopor hipnótico del ácido, lo que ya era patéticamente demodé en esa época. Yo jamás estuve “alpha” en mi trabajo, lo tomo con demasiada seriedad como para argüir tamaña paparruchada. Y si bien reconozco haber trabajado en el límite de alguna que otra borrachera, por lo general necesito la cabeza despejada y el cuerpo obediente para dominar el lápiz y el pincel. No tengo que entrar en trance para hacer nada y mucho menos para desarrollar mi obra. Aquella mujer me resultó desde el principio sumamente antipática.



 
 
 
     Ella pretendía que todas las noches que durara la muestra (creo recordar veinte días) me cayera por el bar a “conversar” con la concurrencia que pudiera estar interesada, para fomentar personalmente la venta de la obra. Sugirió abusar de la chillona moda de la época: brillosas calzas ceñidas, algún escote que de cualquier manera nunca pude evitar, el pelo alborotado y una “boinita” para dar el tipo hippy-chic que permitiera reconocerme a simple vista como “la artista”. Yo era una veinteañera por entonces, ella debió pensar que su pedido era una obviedad, que yo iba a hacerlo aunque no me lo pidiera. Yo me espanté ante tamaña vulgaridad. No concurrí ninguna noche al bar, y sólo volví a ver a esa odiosa mujer en el descuelgue. Claro, no se vendió nada. Ella tenía razón. Primer error.



 
 
 
Segundo error. Asociaciones de Artistas Plásticos de Lanús.
 
      Por esos años, participé (absurdamente, aun no entiendo por qué lo hice) en un certamen de manchas. Yo hacía retratos, principalmente centrados en figuras del cine de los años cuarenta. El paisajismo y la pintura al aire libre era como la quintaescencia del horror. El ranchito con la tranquera no era para mí, ni entonces ni ahora. Y trabajar con rapidez y sin dibujo de base era mi antítesis natural. Pero hubo una convocatoria de la Municipalidad y de una asociación de artistas plásticos locales y se ve que me pareció atractiva la idea. Obviamente, convocada en la plaza en cuestión, no me dedique a enfocarme en el césped y en un árbol. Elegí una imagen con mucho detalle (el borde del parque, la fachada de una tienda y un par de casa en el fondo, los autos estacionados en el cordón, y el carrito colorido del pochoclero con un perro durmiendo contra la rueda en primer plano) y más que una visión rápida de puro empaste fue un dibujito a pincel detallado a guisa naivë. Le di de corrido varias horas, con mi parsimonia y puntillosidad habitual, y puede que el jurado se halla conmovido por mi tenacidad para simular como “mancha” de lo que no dejaba de ser un escrupuloso dibujo.
 
      No me premiaron pero inventaron una mención especial para lo que era –sin dudas- un trabajo incalificable. Fueron realmente gentiles y entendiendo que era yo un alma perdida (autodidacta, que no concurría a ningún taller, absolutamente retraída) trataron de “alentarme” haciendo que adhiriera a una de las asociaciones de artistas plásticos de Lanús que auspiciaba el evento. Pero puede que su “apoyo” fuera simplemente su técnica de afiliación y cobro de cuotas. Quién sabe…


 
 
 
 
     Se suponía que debía asistir a las reuniones periódicas de la Asociación, escuchar los debates de los “artistas consagrados” (la mayoría empleados del Municipio y que más debatían política doméstica que otra cosa) y participar en los certámenes que ellos organizaran o en los que fueran jurados. Habré durado dos, tres meses, a lo sumo. Mi escasa constancia, mi fobia genética a la política y el haber escuchado a alguien llamarme la “chiquita de Mengano” generó mi pronto exilio. Error. De haber participado en los salones donde aquellos “consagrados” fueran jurado probablemente me hubiera evitado muchos rechazos en las preselecciones. Haber hecho de tripas corazón y haber sido la “chiquita” de alguien (o de varios, o de todos) seguramente hasta me habría hecho ganar algún premio menor o un puesto pago por la Municipalidad. Error. Error. Error.
 
 
 
 
 

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