Vuelta al trabajo serio (¡serio!, es una manera de decir).
Preparo dossier para postularme en el cronograma de exposiciones de un
par de salas. Aun sin estar terminado,
busco espacio donde exhibir mi Caballito de Carrusel entre otros
cachivaches de papel y algunas obras normales,
para demostrar que tengo ataques delirantes pero que también puedo hacer cosas
presentables cada tanto.
Pero esta
vez tengo ciertos límites en mi búsqueda.
Caballito no permite una libre movilidad. Sí es liviano (es de servilletas de papel) pero es difícil de sostener sin romper
la frágil estructura (de papel,
precisamente). Y no entra en un
ascensor común y mi espalda no está ya para escaleras. O sea: busco un lugar en planta baja, de fácil
acceso, y lo suficientemente grande para que los visitantes puedan circular sin
llevarse por delante nada (“nada” es Caballito). Es, de arranque, un parámetro de búsqueda no
tan complejo pero requiere que preste un poco más de atención de la que
normalmente pongo en estas cosas.
Planeo
tres trabajos de seudo-esculturas de papel:
Caballito
(sin terminar), mi falso book-art de Alicia (falta laca de
protección y un pie)
y el Maniquí de papel de diario (que
necesita algo más de trabajo y también un pie que le de altura).
Las doce Bandejas enmascaradas
con la Mascarita con bonete (con su pie de altura).
Y luego media docena de obras de Plagiaria y Cartográfica para la parte formal de la muestra, la que justifica que me disculpen y sean indulgentes con todos mis otros juegos.
Si las cuento son 24 obras, lo que para una individual está más o menos bien. Será cuestión de presentarlas elegantemente para ver si consigo -¡después de tanto tiempo!- que me acepten y me den espacio y fecha para exponer individualmente. Veremos.
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