martes, 17 de mayo de 2016




      En estos días, próximos a la apertura de la feria de galerías de Buenos AiresArteBA-,   aparece mucha gente hablando por todos lados del presunto “mercado de arte”, de “coleccionistas” y “mecenas”, como si esas cosas existieran de modo tangible en el mundo real. La pose y el circo (fachada de circo, que tras cartón es sólo aire) se disparan a la enésima potencia.  Y este año voy a pasar esta nefasta temporada en un estado de absoluta indiferencia.  No voy a permitir que me enoje.  Al decretarse temporada de conejos los conejos nos disponemos a invernar.

     Y mientras mascullo mi disgusto  oyendo en la radio a un galerista hablar del arte con una materialidad eficaz propia de cualquier otro metier  pero absurda (por lejos) en este, decido que cada uno es libre de creer lo que quiera; si aceptan la “versión” de que los galeristas apoyan y posicionan a los artistas y que unos y otros viven de la venta de obra, ¿quién soy yo para desbaratarles la (estúpida) fantasía?





     Vuelvo a mis cosas.  ¿Me preguntabas por qué papel de diario?  No es nueva esta afición.  Es accesible, barato, se descarta rápido (el inútil diario de ayer), y aporta una referencia geo-temporal a la obra absolutamente concreta e independiente del artista.  Siempre he estado jugando un poco con ese tipo de papel, aunque también es cierto que hasta ahora no logré que me satisficiera el resultado (todo lo anterior a ido a mi sección de inconclusas).  Pero insisto.  Puede que logre esta vez que me guste un poco al finalizar el trabajo.









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