En estos días, próximos a la apertura de la
feria de galerías de Buenos Aires –ArteBA-,
aparece mucha gente hablando por todos lados
del presunto “mercado de arte”, de “coleccionistas” y “mecenas”, como si esas cosas existieran de modo tangible en el
mundo real. La pose y el circo (fachada de circo, que tras cartón es sólo aire) se disparan a la enésima
potencia. Y este año sí voy a pasar esta
nefasta temporada en un estado de absoluta indiferencia. No voy a permitir que me enoje. Al decretarse temporada de conejos los
conejos nos disponemos a invernar.
Y
mientras mascullo mi disgusto oyendo en
la radio a un galerista hablar del arte con una materialidad eficaz propia de
cualquier otro metier pero absurda (por lejos) en este, decido que cada uno es libre de creer lo
que quiera; si aceptan la “versión” de que los galeristas apoyan y posicionan a
los artistas y que unos y otros viven de la venta de obra, ¿quién soy yo para
desbaratarles la (estúpida) fantasía?
Vuelvo a
mis cosas. ¿Me preguntabas por qué papel
de diario? No es nueva esta
afición. Es accesible, barato, se
descarta rápido (el inútil diario de ayer),
y aporta una referencia geo-temporal a la obra absolutamente concreta e independiente del artista. Siempre
he estado jugando un poco con ese tipo de papel, aunque también es cierto que hasta ahora no logré que me satisficiera el resultado (todo lo anterior a ido a mi sección de inconclusas). Pero insisto. Puede que logre esta vez que me guste un poco al finalizar el trabajo.
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