“Nietzsche
fue prácticamente un desconocido en su época, muchas de sus obras fueron
editadas por su cuenta y él mismo tuvo que costeárselas. Se suele comentar que
de Así habló Zaratustra hizo unas
pocas decenas de ejemplares. Intento
regalarlo a los amigos y encontró que no conocía gente suficiente para
hacerlo. Hasta ese punto sus ediciones y
sus ventas eran mínimas, era un filósofo clandestino. Sin embargo, en los últimos años de su vida,
cuando estaba sumido en la locura y retirado del mundo, empezó a crecer su
prestigio, no en la Academia –que lo rechazó- sino entre poetas, novelistas y
artistas.”
Fernando
Savater, La aventura de pensar, Penguin Random House
Grupo Editorial SAU Barcelona 2014, página 194.
¿Dónde
quedamos los artistas emergentes que ya no catalogamos como emergentes? Por estos lados, donde emerger se transmutó en
pertenecer a la juventud gloriosa, y el aliento –léase: espacios expositivos- convoca en exclusiva a sub 35
(antes el límite era cuarenta, igual
estoy lejos de ambos), a los que estamos un poco crecidos pero no tan viejos
como para renunciar al intento no nos dan cabida en ningún lado. ¿Qué nos queda? Autofinanciarnos. A seguir generando dinero con cualquier otra
actividad (¡infames mercenarios!) para poder pagar ese pedacito de pared
donde colgamos por un rato para sostener nuestra ficción de creernos “artistas” (clandestinos).
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