jueves, 13 de julio de 2017





     Cómo dividir el espacio del espacio, cómo generar un hueco que saque por unos minutos al espectador que circula por una feria y lo introduzca en la dimensión exclusiva de una obra.  

 

     Me dicen: con la luz.  Pero la iluminación es estándar, los focos están dispuestos en forma general e igualitaria para todos los expositores.  Podremos agregar una lamparita, a lo sumo dos, pero eso no marca diferencia.  ¿Con el color?  Por ahí le veo más chance.  El color puede marcar infinitas diferencias (aunque también puede agobiar y repeler, y no es la idea).  ¿Qué el color genere una iluminación diferente?  Es una posibilidad. 

    

     Luz y color envolventes, que delimiten sin barreras físicas y obvias un sector acogedor que invite al espectador a demorarse un ratito.  El tiempo suficiente para contarle una historia.  Porque esa es la cuestión: la historia que cuenten las obras.  En cómo la cuenten.  Siempre, siempre, se trata de contar una buena historia y de contarla bien.  Todo en nuestras vidas se significa por esas historias inolvidables a las que solemos regresar en la memoria como el más eficaz consuelo ante la realidad.  Convertir la obra en una historia inolvidable.  Esa es la (¿imposible?) tarea a realizar.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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