Cómo
dividir el espacio del espacio, cómo generar un hueco que saque por unos
minutos al espectador que circula por una feria y lo introduzca en la dimensión
exclusiva de una obra.
Me
dicen: con la luz. Pero la iluminación
es estándar, los focos están dispuestos en forma general e igualitaria para
todos los expositores. Podremos agregar
una lamparita, a lo sumo dos, pero eso no marca diferencia. ¿Con el color? Por ahí le veo más chance. El color puede marcar infinitas diferencias (aunque también puede agobiar y repeler, y no
es la idea). ¿Qué el color genere
una iluminación diferente? Es una
posibilidad.
Luz
y color envolventes, que delimiten sin barreras físicas y obvias un sector
acogedor que invite al espectador a demorarse un ratito. El tiempo suficiente para contarle una
historia. Porque esa es la cuestión: la
historia que cuenten las obras. En cómo
la cuenten. Siempre, siempre, se trata
de contar una buena historia y de contarla bien. Todo en nuestras vidas se significa por esas
historias inolvidables a las que solemos regresar en la memoria como el más
eficaz consuelo ante la realidad. Convertir
la obra en una historia inolvidable. Esa
es la (¿imposible?) tarea a realizar.
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