Hay obras
que arrancan como una acción indeterminada, como algún ejercicio de práctica, y
luego se van conformando como aquellas excesivamente personales y
definitivamente significativas en el conjunto de nuestra obra. Así fue con Prólogo,
que marcó un quiebre con mi conciencia de “arte
serio” (óleo sobre tela, prolijo y
académico), y ya no tuve pudor en la mezcolanza a mansalva.
Perdida
en jugar con esta composición, agregándoles esmalte de uñas, algunos estraces y
hasta trocitos de servilleta en un (innecesario)
decoupage, mientras trabajo con un
poco de óleo en el rostro y en las manos, agrego craquelantes para marcar
contrastes posteriores con betún de Judea.
¿Para qué? Porque la obra lo
pide, porque ella ya está fuera de mis manos y se autodetermina a su gusto. Su gusto que es tan próximo al mío en cuanto
a excesos, caprichos y exageraciones. Siempre está la pregunta latente de ¿aguantará tanto el papel?, ¿se podrá enmarcar con vidrio sin que se despegue tanto
accesorio superpuesto?
Pero me gusta, aun en su despropósito tiene un sentido claro: We re all mad here… ¿Quién puede discutir eso?
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