Me quedé
con la sensación de que algo estaba mal, sin poder en ese instante precisar qué
era lo incorrecto. Después, como se
sabe, la vida sigue y arrasa y uno se deja llevar a los empujones y más o menos
todo lo importante queda postergado para mejor oportunidad.
Quiso el
destino que cuando pude parar y tomarme un bache de cinco minutos y un café
de Starbucks
para pensar en esa sensación de disgusto me encontrara circunstancialmente
acompañada. Y que cometiera el error de
manifestar en voz alta mi incertidumbre.
-Antiguo-
definió por mí, como si me interpretara con facilidad. –Lo que te molestó fue que todo
resultara tan viejo, visto y deslucido.
-Me
gusta lo antiguo- respondí por reflejo, más para
contradecirlo en defensa propia que por considerar su síntesis como equivocada.
-Te
gusta lo clásico, no lo antiguo. Lo
demodé te aburre –me reprende y aunque tenga razón le
contesto con un gesto de disgusto. No es
justo que me conozca tanto. Sigue sin
hacerme caso: -Montar una exhibición como se hacía hace cuarenta años es hoy
imperdonable. Desperdiciar las ventajas
que aporta la tecnología para volver atractivo un evento es claro síntoma de
estupidez. O de ignorancia, lo que viene
a ser lo mismo: hoy no cuesta nada
aprender, tenés recursos de sobra a la mano.
El off line no puede estar escindido del on line. Lo mejor de los dos mundos, ¿por qué privarse
de nada?
Trato de
elaborar un argumento para rebatirlo, pero no encontré letra coherente que esgrimir. Por principios no puedo darle la razón en
público y de primera. Pero era
exactamente eso lo que me había molestado: todo estaba bien, todo era correcto,
todo era como se hacía en los ochenta cuando yo empecé a moverme por el
mercadillo suburbano del arte. Pasó
demasiado tiempo, el mundo es otro mundo, y seguir colgando como se hacía
entonces es antiguo. No clásico sino
simplemente viejo. Aburrido. Veo su sonrisa satisfecha porque mi silencio
es el más contundente reconocimiento de su sapiencia y me dan ganas de pegarle.
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