Cada obra
tiene su espectador. Y para cada
espectador individual la obra tiene una significancia exclusiva. No estoy descubriendo la pólvora, es simple
observación basada en la experiencia personal.
En el año 1993 expuse en el espacio que el Fondo Nacional de las Artes tenía en la
estación Congreso de la línea A de
subterráneos; alguien obtuvo el número de teléfono de mi casa (no sé realmente cómo) y me llamó para
preguntarme si una de las damas de Mujeres Condenadas era Lilith.
Tomada por sorpresa balbucí que creía que no, que había basado la obra
en el poema homónimo de Baudelaire,
de Las
Flores del Mal. Pero ya entonces
sospeché que aun siendo otras mis intenciones la obra era muy libre de
significar lo que le viniera en ganas.
Años
después, en el 2002, en una muestra en un centro cultural de Parque Centenario (Sendas del Sol), una
amiga se aterrorizó frente a Através del espejo. La obra pertenece a la serie de Alicia,
es un juego de ser-no ser, de múltiples posibilidades. A ella le dio tanto miedo que no la quiso
mirar más. Recordé que mientras trabajaba en ella entraron ladrones a punta
de pistola a mi casa y quedé varios segundos pincel en mano mirando el cañón de
un arma previo a ser encerrada en un baño. ¿Sería eso? No sé, la obra trasmitió a su espectadora lo
que ella decidió trasmitir.
En la
feria Arte La Plata (2015) muchas personas se sacaron selfies frente a El Portal, y fui testigo de
explicaciones que algún espectador daba a sus acompañantes sobre ella, algunas
francamente sorprendentes. Me quedé con
el relato de dos chica, veinteañeras ellas, que me compartieron su versión: alguien
compra la obra y hace embalar por separado cada pieza para proteger las
máscaras; una catástrofe las separa y manda cada paquete a un punto distinto
del planeta. Distintas personas con
distintas historias se hacen de cada una de las piezas que componen El
Portal y tras el transcurrir de los años el destino va reuniéndolos otra
vez para volver a componerlo, junto y completo, en otra exposición. La obra le habló a ellas de aventura incierta
con final feliz. A mí El
Portal me habla de ángeles y demonios, pero ¿quién soy yo para discutir
lo que la obra acordó con sus espectadoras?
La obra y su espectador es una historia ajena a mí.
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