miércoles, 19 de julio de 2017


     Cada obra tiene su espectador.  Y para cada espectador individual la obra tiene una significancia exclusiva.  No estoy descubriendo la pólvora, es simple observación basada en la experiencia personal.

      En el año 1993 expuse en el espacio que el Fondo Nacional de las Artes tenía en la estación Congreso de la línea A de subterráneos; alguien obtuvo el número de teléfono de mi casa (no sé realmente cómo) y me llamó para preguntarme si una de las damas de Mujeres Condenadas era Lilith.  Tomada por sorpresa balbucí que creía que no, que había basado la obra en el poema homónimo de Baudelaire, de Las Flores del Mal.  Pero ya entonces sospeché que aun siendo otras mis intenciones la obra era muy libre de significar lo que le viniera en ganas.














     Años después, en el 2002, en una muestra en un centro cultural de Parque Centenario (Sendas del Sol), una amiga se aterrorizó frente a Através del espejo.  La obra pertenece a la serie de Alicia, es un juego de ser-no ser, de múltiples posibilidades.  A ella le dio tanto miedo que no la quiso mirar más.  Recordé que mientras  trabajaba en ella entraron ladrones a punta de pistola a mi casa y quedé varios segundos pincel en mano mirando el cañón de un arma previo a ser encerrada en un baño.  ¿Sería eso?  No sé, la obra trasmitió a su espectadora lo que ella decidió trasmitir.









     En la feria Arte La Plata  (2015) muchas personas se sacaron selfies frente a El Portal, y fui testigo de explicaciones que algún espectador daba a sus acompañantes sobre ella, algunas francamente sorprendentes.  Me quedé con el relato de dos chica, veinteañeras ellas, que me compartieron su versión: alguien compra la obra y hace embalar por separado cada pieza para proteger las máscaras; una catástrofe las separa y manda cada paquete a un punto distinto del planeta.  Distintas personas con distintas historias se hacen de cada una de las piezas que componen El Portal y tras el transcurrir de los años el destino va reuniéndolos otra vez para volver a componerlo, junto y completo, en otra exposición.  La obra le habló a ellas de aventura incierta con final feliz.  A mí El Portal me habla de ángeles y demonios, pero ¿quién soy yo para discutir lo que la obra acordó con sus espectadoras? 












      La obra y su espectador es una historia  ajena a mí.











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