Caballito
de Carrusel está listo para irse de casa. Orejas recauchutadas, una capa de laca marina
para reforzarlo ante la expectativa de intemperie, y el pie de sostén con un
poco más de peso pero tan frágil, inestable y propenso al ladeado como
antes. Pero más no puedo hacer y ahora
sólo queda dejarlo libre a su destino.
Lo tendré
las próximas 48 horas invadiendo mi living, previo viaje al Hipódromo
de Palermo. Ello porque es
necesario que el fletero que tal vez lo traslade lo venga
a escudriñar para establecer si es viable o no llevarlo. Hay que desmontarlo para movilizarlo y armar
cierta estructura ad hoc para que se sostenga sin dañarse en el interior de la
camioneta. Todo un engorro. Y parece que el viernes, día del traslado y
montaje, va a llover. Todo muy lindo.
Como cada
vez tengo más dudas de que esto termine bien lo fotografié y lo filmé –rodeado de
otras esculturas de papel y cachivaches varios-, en lo que tal vez sea su
último tiempo en integridad. Para la
eventual bitácora de recuerdos (de
proyectos fallidos).
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