domingo, 1 de octubre de 2017





















     En épocas como esta, cuando la imperiosa necesidad de huir me deja sin respiración varias veces al día, me pregunto si alguna vez hacemos lo que queremos o nos limitamos a acatar los arbitrarios designios de nuestro victimario de turno.  Me derrumbo en la depresión de confirmar que somos barquitos de papel  a merced de la marejada violenta de la voluntad (egoísta, desaprensiva) de nuestro entorno.  Soy demasiado débil, me justifico -¡patética!- ante la evidencia de mi escasa capacidad de poner límites.  Pero después, al borde del abismo, me enfrento a mi obra y recuerdo que sí hago lo que quiero.  Y si el precio de la libertad creativa es soportar esta cotidianidad  nefasta y opresiva, bueno, que se le va a hacer...  Pago el precio con gusto.  











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