Para
seguir confirmando las leyes de Murphy
(como si hiciera falta) el día
arrancó con una espantosa llovizna.
Afortunadamente a media mañana paró y cuando trasladé a Caballito
de Carrusel al Hipódromo solo
teníamos un cielo amenazante.
Mejoró el
panorama cuando las personas del flete demostraron una eficiencia que aseguró que llegáramos a
destino de manera impecable (y eso que de
Lanús a Palermo hay su buena distancia, los inevitables baches y ese tráfico
típicamente porteño). Y volvió a
empeorar cuando, ya instalado en su sector, el viento hizo ir de acá para allá
a Caballito
y el pie, como era previsible, se bamboleó demasiado y puso en contundente
evidencia su precariedad y su tendencia al ladeo. Dudo que aguante siquiera al domingo,
inauguración oficial del evento…
Pero al
menos llegó hasta su lugar de exhibición.
Ahí lo dejé hace un rato, mientras continuaban llegando las otras
esculturas que le harán compañía estos días:
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