Empecé el
domingo de trabajo de la peor manera: mi Caballito de Carrusel cayó violentamente
al piso. Resultado: las dos orejas
rotas, uno de los pompones que ornamentan las correas desprendido, la pintura
cascada en varios lugares, y la pata trasera que había estado espantosa desde
siempre se chuequeó todavía más. Así que
lo que tenía planeado hacer esta jornada tuvo que diferirse mientras me dedicaba a reparar
el estropicio.
Y, como
es lógico, todo lo que siguió fueron complicaciones: al rearmar el pie éste se
empeñó en quedar ladeado, por lo que tuve que volver a abrirlo, poner más yeso,
intentar sellarlo y –ya con el Caballito montado en el eje- atarlo
a dos palos para obligarlo a secar en una posición medianamente conveniente. Así pasará la noche.
Con la
demora no pude acabar el laqueado, lo que me obliga a seguir otro día, día que
no tengo porque arranco mañana una semana de trabajo civil sin baches como para
poder obtener el viernes libre y
trasladar mi Caballito a Palermo. ¿Entonces?
Supongo que la que sigue es una semana en la que voy a dormir muy poco…
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